Año nuevo

Mil millones de personas se sientan frente al televisor cada día 1 de Enero como hoy, en el que abrimos las puertas de La Torre, para presenciar el acontecimiento de música clásica más popular a nivel mundial: el Concierto de Año Nuevo.
La élite musical vienesa se reúne para hacer las delicias auditivas de toda clase de personas, aunque en la Sala Dorada son pocos los elegidos que tienen la oportunidad de presenciar el acontecimiento.
En el Musikverein se respira lujo mientras Strauss embriaga la sala con sus notas. Al mismo tiempo en una casa cualquiera, la familia se reúne alrededor del desayuno mientras que, pensando en los propósitos para el nuevo año, suena de fondo la Filarmónica de Viena.

El invento de Krauss
En la cabeza del director de orquesta Clemens Krauss no solo habitaba la música. A su lado esperaba atenta la ambición, siempre en la búsqueda de una nueva oportunidad para ascender un paso más en la jerarquía social.
Krauss provenía de una familia acomodada, de padre banquero y madre aristócrata. Con su exquisita formación, sus buenas relaciones y su capacidad gestora, se había convertido en un símbolo de confianza para las numerosas orquestas en las que trabajó.
Tres meses después de estallar la Segunda Guerra Mundial, en una Viena inmersa en la barbarie y con una orquesta que temía por su futuro, surgió la idea que mantendría la estabilidad de la Filarmónica. Clemens ideó un formato de concierto recaudatorio cuyos fondos irían destinados al partido nacional-socialista, elevado al poder por Adolf Hitler pocos años atrás.
De esa forma y aprovechando la amistad de Krauss con Richard Strauss, el 31 de Diciembre de 1939, tuvo lugar el primer concierto que sembraría la tradición de lo que hoy conocemos como el “Concierto de Año Nuevo”.

El valor de Strauss
La Filarmónica de Viena y Clemens Krauss estaban dispuestos a aprovechar todos sus recursos para hacerse un hueco en medio de la cruenta Guerra.
Clemens había sido alumno de Richard Strauss, a quien ya le unía una fuerte amistad. Por su parte, el contradictorio Richard Strauss había desempeñado el cargo de presidente de la “Cámara de Música del III Reich” y había compuesto la ópera “El día de la paz”, a cuyo estreno asistió el propio Hitler.
El contacto con la música de la familia Strauss suponía un ingrediente más para configurar un concierto de cariz político y partidista. Así, el 1 de Enero de 1941 tuvo lugar el “Concierto Johann Strauss”. Desde entonces, el Concierto de Año Nuevo ha girado en torno a la música de Strauss.
En muy pocas ocasiones hemos podido escuchar este día música de otros compositores, siempre bajo la justificación de la conmemoración de alguna de sus efemérides. La primera vez en 1991, conmemorando el bicentenario del fallecimiento de Mozart se interpretaron “Las bodas de Fígaro”. Igual privilegio tuvieron Verdi y Wagner, colándose en 2013 en el concierto de la familia Strauss.

Sala dorada

Las influencias de la batuta
Dirigir el “Concierto de Año Nuevo” está supeditado a la elección democrática de los miembros de la orquesta. Desde su creación en 1939 solo quince reconocidos directores han tenido el privilegio de felicitarnos el nuevo año el día en el que la flores traídas de San Remo embellecen, aún más si cabe, la Sala Dorada.
Caracteres y concepciones absolutamente de la vida y la música. Desde el dictatorial Barenboim hasta el bondadoso Abbado han convertido este concierto en un evento más, con un interés más allá de lo musical.
Con personajes tan dispares al mando del acto, podemos dudar de cuál es la búsqueda de los miembros de la Filarmónica. Pero de lo que no cabe duda es de que el factor indispensable es la retroalimentación que se produce desde un gran maestro a una mítica orquesta.
Solo dos directores han dirigido en una sola ocasión este concierto, haciéndonos entender la escasa conexión con los miembros de la orquesta. Las únicas intervenciones de Karajan y Ozawa distan mucho de las veinticinco ocasiones en las que Boskovsky cogió la batuta en el primer día del año.

La raza Filarmónica
Además de legarnos algunos de los mejores versiones de la música sinfónica, la Filarmónica de Viena ha supuesto un ejemplo negativo de restricciones y discriminaciones.
Hasta 1997 no reconocieron la sobrada sensibilidad del sector femenino para poder ser miembro de pleno derecho en la formación. De igual forma, no fueron aceptadas las minorías étnicas hasta 2001. Aún con las escasas aperturas, la mítica orquesta no ha llegado al consenso de abrir sus puertas en base a la calidad. Así, encontramos el peor uso de la autonomía gestora de la que disfrutan sus integrantes en algunas declaraciones de los músicos. –“Cuando en la orquesta exista un veinte por ciento de mujeres nos arruinaremos”-, comentaba un músico de la Filarmónica.
Estas limitaciones son impuestas por las mismas personas que deleitan al mundo entero con este famoso concierto que da la bienvenida al nuevo año, y los propios miembros, conscientes del atraso que ello conlleva, se esfuerzan por no airear en exceso sus criterios internos.

Quién pensaría que a aquellos que vemos como ejemplos de arte, les importa más el color de piel, la procedencia y el sexo, antes que el valor de la música.

 

Rubén Fornell
Director de orquesta
Contrabajista

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