Se promocionaba en su día “Juego de niños” como una novela de crimen y misterio y de indagación en la maldad escondida de los niños, y eso es verdad que está en el relato. Decía entonces Carmen Posadas que una de las cosas que “también” quería mostrar es el proceso de escritura de una novela y las inseguridades y cegueras del escritor cuando está preso de sus obsesiones creativas, y nosotros creemos que de eso va la novela. Esa es la novela que hemos leído. El esquema de misterio es apenas el esqueleto o el entorno para las divagaciones de la autora y su personaje femenino, confundidas a veces en una sola, a veces desdobladas en dos, entreveradas admirablemente en tantos planos de escritura como puntos distintos de lectura. Esta novela no es esqueleto sino carne. La trama y su resolución es sólo una delicadeza propia de la técnica de la autora.
Construir una novela es levantar un castillo de arena. Se moldea la arena en su cubo, se la humedece y se la sostiene de pie hasta que llega la ola y se la lleva por delante. Y vuelta a empezar otra vez. Pero hay un momento en el que la arena se convierte en barro, de pronto la novela se puede moldear con las manos y los dedos se disparan por el teclado hasta que se sostiene por sí sola. Así se escribe, y quien escribe lo sabe y no puede dejar de sonreír y sentirse acompañado cuando lee la novela, con tantas lecturas como lectores. Pensamos que quien más va a disfrutar del texto es quien escribe regularmente, escritores, periodistas, los lectores avezados interesados en el proceso de creación de una obra.
Pero tal vez la verdad de la novela esté en su indagación sobre la mentira. Cómo un mismo hecho presenciado por dos, tres, cuatro testigos lo recuerda cada uno de manera diferente y cómo los castillos que construimos sobre una mentira se sostienen de pie toda una vida como si fuera una verdad lo que los cementa. Quien haya leído “Mentira”, la extraordinaria novela de Enrique de Hériz, establecerá fácilmente paralelismos entre las dos.
“Juego de niños” es una novela con mucho humor. Se nota que Carmen Posadas disfrutó construyéndola, imaginando los diferentes lectores. Utilizando el invento de Cervantes, Carmen Posadas se incluye a sí misma como personaje, a quien confunden con su verdadero personaje en la Feria de Frankfurt. Pero el humor en la novela no es un humor burdo, es un humor como el viento, que nunca se ve y todo lo peina. Perfuma la novela de una delicuescencia gratísima para quien conoce de cerca las inexplicables razones de escribir, ese rarísimo don de percibir el mundo, apuntar con sagacidad y no acertar nunca.
Es una novela fácil de leer, pero no es una novela fácil. Las primeras cien páginas pasan como el agua, sin sobresaltos, casi no engancha, pero a partir de entonces la novela se pone en pie y mira a cámara (una facilidad que la autora tiene bien desarrollada). Y cuando una novela se pone de pie te agarras al libro y ya estás derrotado, y en la derrota ganas un mundo nuevo y una experiencia que se queda contigo para siempre, silenciosa, escondida detrás de la cabeza como balas de reserva para atacar y desgranar los intríngulis de una próxima lectura. Así nos ha pasado a nosotros con “Juego de niños”. Nos ha enseñado a leer cómo se escribe.
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