Cuando su voz se dispara en el aire viaja por las estepas, los ríos, la piel y la memoria de quien la escucha como un aliento cercano y conocido. Es la banda sonora de más de una generación; hay una Luz Casal para cada uno. Nuestros padres, nuestros hijos, nosotros mismos tenemos una canción de Luz en el oído que nos sale en la ducha, en la cama, esa canción que te levanta o te destroza y que habla y siente por ti cuando no tienes palabras a las que agarrarte. En su boca se guardan nuestras penas y nuestros anhelos, acudimos a ella como volvemos a casa y a cada caída su voz nos acompaña y nos levanta como una madre. Porque la boca de Luz es una madre que nos reconforta con nuestra propia memoria y que nos recuerda que no estamos solos, que no saltamos de alegría ni sufrimos solos, y por eso de tanto en tanto volvemos a su voz, a su boca abierta, como a un refugio.
Pero en su voz no sólo se guarda nuestra memoria. También el polvo que una vez mordimos, como lo mordió ella, sale de su boca. En ella guarda el recuerdo de algo más antiguo que nosotros, y cuando no canta, sobre todo cuando no canta, en su timbre se adivina la respiración del monstruo que duerme dentro, la memoria de todas las generaciones, la madre, la paz y la guerra, la semilla de todo lo que nos sostiene.
Mientras charlábamos con Luz recordábamos -como ella muy bien sabe- que ha cantado para nosotros, solo para nosotros, en la cama junto a nuestros primeros amores, que ha saltado con nosotros en nuestras primeras alegrías y en nuestros primeros conciertos, que hemos descubierto a la vez el amor, la pasión, el dolor o la pequeña fortaleza que crece a cada derrota. Habla como canta, con una pequeña melodía personal entrecortada y ancha. Lenta, muy lentamente va desgranando sus respuestas dichas ya infinidad de veces, cada vez de una manera diferente y con un tono distinto al que utilizó con nosotros sentada en su silla, en el camerino que ya le teníamos preparado, y que los mosquitos y demás insectos del campo habían cercado en torno a la Luz de dentro y de fuera de La Torre.
¿Luz, queda algo nuevo por preguntarte?
(Risas) Una de las cosas que hay que tener presente cuando te dedicas a esto es que no puedes exigir al contrario, o al periodista, que sea original, es imposible. Son demasiados, no pueden leerse unos a otros. La original tienes que ser tú. A la misma pregunta te puedo responder de quinientas maneras diferentes, según tenga el día, según tenga o no inspiración, según lo cansada que esté. Lo que pasa es que habría que saber si sobre esas cosas que no han llegado a preguntarme estaría yo dispuesta a contar algo.
Recuerdo uno de tus conciertos, teloneando a Leño. Nerviosísima, te equivocaste, pedías perdón al público. ¿Qué queda hoy de esa Luz?
Sí, aquello fue en el año ochenta y tres. Pues sigo siendo igual. Cuando me equivoco sigo diciendo “me acabo de equivocar”. Yo creo que en esencia sigo siendo la misma persona. Hombre, tampoco tengo distancia, tampoco puedo ser condenadamente objetiva, como le pasa a cualquiera que trabaja con su materia, con su físico, con su persona, que la vas puliendo cada día, pero yo creo que en esencia soy la misma.
¿Los viejos roqueros sí mueren?
Hombre, en algún momento mueren, aunque algunos no del todo, porque muere el cuerpo pero no muere su memoria.
Quiero decir que cambia su manera de cantar… como en tu caso.
Yo creo que es como todo. Cuando tienes una personalidad, una actitud definida, es más difícil cambiarla. No estamos hablando de política, por ejemplo, esto es algo mucho más personal, mucho más libre, no estás casada con nadie y se supone que aquello que haces lo haces de manera honesta y que lo que enseñas es honesto. Salvo que te diera un vahído y cambiara tu concepto de la vida, o pases un trago durísimo, creo que la actitud, el espíritu, no cambia. Puede acabarse la ilusión, puedes convertirte en una persona más escéptica, porque sabes más. Hay algunos que optan por decir que esto no hay quien lo arregle, y pasan de todo. Yo creo que soy de las otras, de las del otro lado, de las que piensan que todavía está por hacerse la mejor actuación, la mejor canción, que todavía estar por llegar la noche que haga un concierto donde la gente se desmaye de gusto y yo también.
¿Cómo consigue alguien tan popular como tú, y de quien todos tienen una idea fija, cambiar y que la gente cambie contigo?
Bueno, desde el principio yo he dado muestra de lo poco asible que puedo resultar. La gente tiene ya unos datos, o ideas o pensamientos sobre mí, y pasan, porque tengo un soniquete, un timbre de voz reconocible. Haga cosas imprevistas, o haga las cosas que se esperan, sí reconocen la voz. Pero desde el primer disco he luchado, batallado, peleado y berreado con quien fuera menester por hacer lo que me diera la gana.
¿Batallas duras?
Pues sí, porque a veces te cuestionan cosas. Alguien te dice que eras más roquera antes, o después de no sé cuándo. Y yo me pregunto, ¿Qué será para este, o esta, ser roquera? ¿Qué más dará? Tienes que partir de lo que significan las cosas. He tenido sensaciones muy raras a veces, muy…
Jodidas.
Encontradas, claro, porque te dicen “¿Por qué te vistes así?” ¡Joder, pues porque me da la gana! “¿Por qué cantas esa canción?” Por ejemplo, cuando hice las canciones para Pedro Almodóvar, se creó una especie de cisma, porque la gente asumió que ya había dejado de cantar rock. Y luego aparecieron los que decían “¡Ah!, pues cantas”, como si antes no cantara o requiriera menos esfuerzo hacer ese otro tipo de canción. Y claro, enseñarle o demostrarle a la gente que lo que haces lo haces porque sí es una tarea ardua, porque en muchos casos la gente está muy compartimentada, están como en capsulitas, y a la que te distraes… o eres una monja o eres una rara.
¿Tú crees que quien se sube a un escenario es diferente a aquél que no se sube?
No lo sé. Yo es que como me he subido en un escenario desde tan pequeña… No subirte a un escenario supongo que implica no tener el escape emocional que sí tienes cuando te subes. Una de las cosas mágicas y maravillosas de dedicarte a la música o, supongo, a cualquier otra profesión en la que te expreses desde dentro, es que sacas los demonios, sacas los dioses, las penas, las alegrías y todo lo expones. Pero, sobre todo, lo que pesa más sobre un escenario son las cosas que has sufrido. Porque las alegrías las compartes, pero no tan intensamente. El público también tiene derecho a saber que eres medianamente feliz, desde luego, pero lo que expresas con dolor, con ese dolor que te hace perder peso, las penas, los fracasos, llega de inmediato a la gente, porque todos sufrimos con igual intensidad.
¿Cambian los focos del escenario la visión del mundo?
No. Hum. Es difícil responder con un sí o con un no. Yo soy una persona observadora, creo que tengo un sentido claro de lo cotidiano. Uno de mis hobbies es pasar desapercibida, que a veces se consigue de manera muy fácil, y esconderme en medio de la gente, y observar, y ver e imaginar, y estudiar las reacciones, los comentarios. La información que muchas veces manejas, si no bajas a la calle, que es algo maravilloso, y te sitúas solamente en tu vida, de un lado para otro, es muy sesgada. Tienes los titulares del periódico que ojeas mientras viajas, lo que te llega a través de la tele y de la gente que te rodea, pero ya está. Necesitas estar en mitad de la gente y escuchar la conversación de alguien que dice que tal político es un pedazo de no sé qué, y el otro le contesta, y todo eso, ¿sabes? Conocer a la gente. Si no, ¿cómo escribo sobre la vida? ¿cómo les hablo si yo vivo una realidad distinta?
Cuando un creador muere queda su obra, cuando un cantante se va su voz se va con él.
No, quedan sus discos. Y mientras viva el público vivirá en la memoria de los que lo escucharon, de los que estuvieron en aquél concierto… Claro, hablo de los artistas, que no son muchos. Artesanos de la música, gente que se dedica a la música sí hay, pero artistas conozco pocos. Para mí, por ejemplo, la no presencia física de Bob Marley o de Kurt Cobain, por poner dos ejemplos diferentes, no me los borra. Sí, podría imaginarme ahora cómo sería Bob Marley, qué haría, a dónde lo tendría que ir a ver, pero están sus discos y están en nuestra memoria los conciertos que vimos de él.
Sí, pero su voz se la llevó.
Sí, cantar es algo efímero. En cualquier caso, si has compuesto una canción, queda la canción. A lo mejor no es tu voz, pero si tienes suerte y se convierte en un clásico, puede ser cantada por otra gente.
Das siempre sensación de calma. ¿Es real, o la procesión va por dentro?
(Risas) No sé. La gente es compleja. Todos somos complejos. El que es muy extrovertido resulta luego una persona malévola o no tan simpática. No, yo no creo en el individuo plano. Los hay muy simples, desde luego, simplísimos, pero ninguno es plano. Yo soy bastante compleja.
Creo que se nota.
Sí, no tengo el pulso igual todo el tiempo, paso de setenta a doscientos con bastante facilidad.
La última vez que te oí cantar, antes de hoy, fue en aquél homenaje a Leonard Cohen.
Me sumé a él por amistad. No sé si hay influencia de Leonard Cohen en lo que yo pueda hacer, no tengo la más remota idea, ni me preocupa. Conozco a Alberto Manzano, que es su traductor, y a mucha otra gente que intervino y que son amigos, y por ahí salió la cosa. No pude estar en los cuatro conciertos, pero me pareció que las fechas que tenía libres estarían bien empleadas en ello.
¿Te interesa algún otro tipo de arte, aparte de la música?
Para crear no. Tengo interés en la literatura, en la pintura, en la danza, pero siempre con distancia. En la pintura soy un ser absolutamente pasivo, que se emociona o no, claro, pero desde la distancia. No soy muy veleidosa, nunca me he dedicado a cosas al margen de la música, no.
Un libro raramente hace llorar. Una película puede conseguirlo en una hora. ¿Qué tiene una canción que puede conseguirlo en unos segundos?
Una canción es lo que más rápidamente refleja y comparte un sentimiento. Es la inmediatez, la suma de los sonidos y de las palabras. Las dos cosas mezcladas te hacen… ¡puf! A veces la música sola ya basta, pero unas buenas palabras, bien puestas, con su rima, con su ritmo interno, y una buena melodía… ¡uf! Bueno, tú ya lo sabes. A menudo no somos conscientes de la fuerza del sonido.
Define tus conciertos.
Pues son de varios tipos (risas). En general suelen ser conciertos amplios que agradan a todos. Conciertos de música, más que de efectos visuales o luminotécnicos, aunque es verdad que he hecho de todo. Suelo llevar una banda muy compacta, muy buena y con la que me siento extraordinariamente bien y que es lo que hace que mis conciertos sean, sobre todo, de música. Poca parafernalia. Otras veces, en cambio, son más elaborados en el aspecto visual. Depende. A veces me piden canciones que no las conozco ni yo, pero en general la gente sale muy satisfecha, de la variedad y de la cantidad.
Luz, suerte.
Bueno, eso ya se verá.
El dolor que ha sufrido Luz, como el que hemos sufrido todos, se le nota en el cuerpo. La manera en que se dobla, el gesto que hace con su mano izquierda agarrándose la falda en los raptos de voz, la forma en que pisa; da la sensación de que Luz sólo es feliz si está descalza. Cuando extiende sus brazos hacia atrás, cantando, abrazando todo lo que es más grande que ella, es como si se le abrieran las alas que guarda en la boca. Ojalá que sus próximos conciertos, como el de hoy, sean los conciertos en los que ella, y quienes allí estén, se mueran de gusto, otra vez, como ella quiere.
BIOGRAFÍA
Luz comenzó a cantar hace más treinta años, aunque “solo” lleva treinta como solista. Arrancó con el single “El ascensor”, publicado en 1980 y con el que ganó el premio de la crítica al mejor disco revelación del año, lo que la introdujo en la movida musical madrileña, que arrancó con ella, Los Secretos, etc. Entonces comenzó a tocar en directo con Leño, uno de los grupos míticos de la España de entonces. Grabó su primer disco grande, “Luz”, y en el ochenta y tres se integra junto con Leño en la gira de Miguel Ríos “El rock de una noche de verano”, la mayor producción en vivo del rock español de la época, con la que recorre España entera. Continúa grabando discos y dando conciertos hasta convertirse en la mayor y más sólida roquera del país durante el largo periplo de la movida. Luz canta ya entonces como nadie en España. Cuando grabó para Almodóvar un par de baladas desgarradoras como banda sonora de una de sus películas, “Tacones Lejanos”, Luz saltó al gran público y se convirtió en la cantante más popular del país. Recibe desde entonces premios y reconocimiento por donde va. Merced al éxito económico de aquellos éxitos, Luz pudo espaciar cada vez más la grabación de sus discos, que resultan desde entonces perfectos cada vez que publica uno. En el noventa y cinco publica “Como la flor prometida”, su álbum más exitoso, con algunos temas impresionantes, como “Entre mis recuerdos”. Al año siguiente publica una recopilación de sus “Pequeños y grandes éxitos”, que se convierte en un nuevo éxito. A partir de entonces, Luz comienza a alumbrar también a Francia, donde es una de las intérpretes más conocidas y reclamadas. Desde entonces ha grabado varios discos más, además de canciones para películas como “El bosque animado”. Continúa dando conciertos por España, América y Francia mientras prepara, con mucha calma, la extensión de su obra. Mientras tanto, ha vencido al cáncer dos veces.
Fotografías: La Torre de Montaigne, y productora.
Me gusta
Nos alegramos mucho!