Un día igual al de hoy en el que comenzamos nuestra andadura en la sección de música clásica en La Torre, un uno de Enero de 1898, el corazón de Viktor Ullmann, director de orquesta, pianista y compositor, comenzó a latir. Ese mismo corazón, palpitando en las calles de Praga en 1942, sintió la cercanía del horror. En un intento por legarnos la parte intemporal de su vida, Viktor Ullmann detalló exhaustivamente su catálogo de composiciones musicales dejándonos constancia fiel de su trabajo.
Apenas unos meses después de ese mismo año, tras perder su libertad en el campo de concentración de Theresienstadt, fue trasladado a Auschwitz, donde le esperaba la muerte.
El discípulo de Schönberg
Cuando Viktor nació el 1 de enero de 1898, su familia judía asentada en Polonia ya se había convertido al catolicismo.
Fue educado en el cristianismo y pasó su niñez en Viena, donde entró en contacto con la música a la par que con la literatura y las matemáticas. Nada especial despertó en él entonces por la música. Siendo aún un adolescente se presentó voluntario al servicio militar, siguiendo los pasos de su padre, que llegó a ser coronel en la Primera Guerra Mundial. El destino hizo que lo enviaran a la mágica región de Isonzo, al frente italiano. Ni siquiera la sangre derramada en las doce cruentas batallas que allí tuvieron lugar, ni la violencia de la Guerra, pudieron acabar con la belleza de un río custodiado por los Alpes Julianos, que alcanzó lo más profundo del joven Viktor.
Pero a su regreso no continuó su camino musical, sino que se matriculó como alumno de filosofía en la Universidad de Viena, adentrándose así en una etapa de búsqueda personal. Ni siquiera la fuerza pedagógica del gran filósofo Wilhelm Jerusalem, ni la reflexión de las cuestiones fundamentales, pudieron alejarlo de la pulsión vital que lo conduciría hasta la música. Tras abandonar la filosofía, a principios de 1918, fue aceptado como alumno en la clase del atonal Arnold Schönberg.
El padre del dodecafonismo se encontró así con un joven alumno de aparentes cualidades, pero que aún carecía de la motivación suficiente para dedicarse por completo a la música. Viktor no compuso ni una sola obra en el tiempo que estudió con Schönberg. Alentado y recomendado por su maestro quizá frustrado, y sólo un año después de haber comenzado los estudios de composición, Viktor se trasladó a Praga en 1919 para continuar una carrera ya sí enteramente musical con uno de los profesores de Schönberg, Alexander von Zemlinsky.
Música y más música
El carácter de Zemlinsky era tan decidido como frágil la carrera compositiva de Ullmann. La reputación como director y compositor que había adquirido Zemlinsky en los últimos años no podía permitirse tener alumnos que no compusieran. Bajo la presión de su profesor, Viktor Ullmann finalizó su primera obra, “Tres coros masculinos a capella”, de la que nunca quedó constancia de su estreno en vida, si es que sucedió.
Tras una primera composición tan insustancial como anodina, el exigente Zemlinsky perdió la fe en las capacidades compositivas de su alumno, introduciéndolo en el mundo de la dirección orquestal.
Un desalentado Viktor abandonó la creación musical y se dedicó con aire renovado a sus estudios de dirección de orquesta con mejor suerte, siendo nombrado en 1922 director del Nuevo Teatro Alemán de Praga.
La dirección de orquesta le había hecho desarrollar una hasta ahora inexistente vertiente empresarial en su carrera musical, y de esta forma, cuando ya en 1921 supo que sería nombrado director del Nuevo Teatro Alemán, se adentró una vez más en las profundidades creadoras con el objetivo de estrenar sus obras en su nueva orquesta. De esta forma, Ullmann se convirtió en el compositor que más estrenó en la propia orquesta que dirigía hasta su marcha en 1927.
El éxito como compositor no le llegaría hasta sus “7 canciones con piano” que él mismo estrenaría en Praga en 1923. En un innecesario intento por homenajear a su primer profesor, Schönberg, y con el conocimiento de que cualquier obra dedicada a él despertaría el interés de los melómanos de la época, le dedicó las “Variaciones Schönberg” estrenadas en Praga en 1925, concierto al que ni el propio homenajeado asistió.
Un horizonte oscuro
El contrato de Ullmann como director del Nuevo Teatro Alemán de Praga cesó en 1927, extinguiéndose así su principal sustento. Durante los dos años siguientes fue nombrado First Kapellmeister del teatro de Aussig, en la República Checa.
Ante la necesidad de recursos económicos, Viktor abandonó Praga en 1929 y se marchó a Zúrich, donde fue contratado como director de orquesta en la Schauspielhaus. Una vez más, usó su posición para estrenar sus propias obras.
Tras su cese en 1931, alertado ya por su dificultoso pasado creador, no quiso dejar su suerte a la composición y, dando un giro radical a su vida, trabajó hasta 1933 como librero en Stuttgart.
En esos años como vendedor de libros de antroposofía, deslumbrado por los escritos de Rudolf Steiner, la lucha interna de Viktor hacía renacer la frustración en el ámbito de la composición. No se daba por vencido.
Ya con 35 años, regresó a Praga a estudiar composición, en esta ocasión con Alois Hába, compañero antropósofo, conocido por su uso del microtonalismo y los cuartos de tono. Gracias a los nuevos conocimientos del profesor Hába, Ullmann consiguió destacar en la composición aún sin usar procedimientos microtonales, ganando en 1936 el Premio Hertzka con su ópera en tres actos, “La caída del Anticristo”.
Ya consagrado como compositor y con sus frustraciones templadas, los años venideros vislumbraban un cariz profesional tranquilo. Y podrían haber sido ocho años de vida plena compositiva si no hubiera irrumpido en él una fuerte depresión que minó su salud, debida al alejamiento de sus hijos en el afán por ponerlos a salvo de las garras del nazismo. Aún así, el mismo instinto que condujo a Viktor de vender libros a una nueva contienda compositiva en los años precedentes, se hizo presente días antes de su arresto por las tropas nazis. Detuvo por completo su labor compositiva, se sobrepuso a la depresión acuciante y se dispuso a realizar un exhaustivo catálogo de toda su obra, dejándonos así el testimonio fiel de la totalidad de su trabajo.
El 8 de septiembre de 1942 fue arrestado y trasladado al campo de concentración de Theresienstadt, donde pasó dos largos años. Pero la agonía de saber que su muerte cabalgaba veloz en su búsqueda potenció su actividad compositiva, su labor pedagógica, y la intención de difundir la música entre los prisioneros. Ullmann fue uno de los mayores responsables de que en Theresienstadt existiera una activa vida cultural dentro de las posibilidades del campo de concentración, gracias a su nombramiento dentro de la Freizeitgestaltung (división para la recreación), sección encargada de facilitar el paso del tiempo con actividades y espectáculos.
Sin duda, fue su etapa más prolífica, donde mirando a la muerte postrada en un horizonte cada día más oscuro, compuso más de veinte obras.
Y precediendo su fatal despedida, fue bendecido en un último suspiro vital por la genialidad que le permitiría dejar una huella eterna, creando todo un símbolo del Holocausto, la ópera “El emperador de la Atlántida”, compuesta y estrenada el mismo año de su muerte en el campo de concentración.
Viktor Ullmann fue trasladado a Auschwitz el 16 de octubre de 1944, donde murió dos días después en la cámara de gas.
En un concluyente acto de entrega en el que aunó razón hiriente, belleza eterna y dolor del alma, Viktor Ullmann se despidió de nosotros con estas líneas en su ensayo “Goethe y Gueto”:
“Hay que destacar que Theresienstadt sirvió para mejorar, no para obstaculizar mis actividades musicales, que de ninguna manera nos sentamos a llorar a orillas de las aguas de Babilonia y que nuestros esfuerzos con relación a las artes fueron acorde con nuestra voluntad de vivir. Y estoy convencido de que todos aquellos que en la vida y en el arte lucharon contra la adversidad, estarán de acuerdo conmigo.”
NOTA: Puedes escuchar la «Slawische Rapsodie», op 23, de Viktor Ullmann, en la pestaña de menú «Música clásica», a la que pertenece esta entrada.
Y sorprendente, y triste.
Muy interesante