Ismael Cabezas

Ismael Cabezas

 

POÉTICA

La mejor poética de cualquier poeta son sus propios poemas, todas las demás reflexiones que haga sobre su poesía son superfluas. Escribo poesía porque es mi forma de entender la realidad, de aprehenderla, de intentar, que cuanto somos, -memoria y tiempo como decía Juan Luis Panero-, quede de alguna forma entre las palabras. No hay más truco, más estratagema, es bien simple: tan sólo observar la vida.

 

 

La primera vez

La primera vez que desnudas por dinero
tu frágil cuerpo en una habitación
sucia y fría de la Calle Montera,
la primera vez que escribes un mal poema
y juegas ante todos a ser Baudelaire,
la primera vez que en aquella casa abandonada,
entre escombros y ruinas clavas la aguja
en la piel aún tan blanquecina y joven,
la primera vez que mezclas cocacola con ginebra
a los dieciséis y crees que el tiempo no existe,
la primera vez que estás solo en la oscuridad
de una celda de viejas paredes desconchadas
y rezas una oración que apenas recuerdas,
la primera vez que sentado en una silla vencida
por el peso de los cuerpos de tantos otros,
aguardas turno en el pabellón de psiquiatría,
la primera vez que en mitad de una madrugada
de noviembre, piensas en anudar una soga a tu cuello,
la primera vez que con tu primer hijo haces cola
una soleada mañana de enero en el comedor social
del barrio donde una vez fuiste niño,
todas esas veces que en un solo instante,
cambiaron para siempre nuestras vidas.

 

 

 

Poética

Para Domingo F. Faílde, in memoriam

 

La dependienta de la tienda de una gasolinera
abierta las 24 h, que mira con ojos vacíos
las luces traseras de los coches
a las cuatro de la madrugada,
el yonqui en rehabilitación que enseña
una cicatriz que le recorre todo el vientre
y cuenta que ha conseguido trabajo
para un par de meses,
la cuarentona que lleva quince días
divorciada y pregunta por algún libro
en la sección de autoyuda,
los ojos de un niño de apenas dos años
llenándose de la luz que penetra
por la ventanilla del autobús,
la cabeza de una vieja gitana dormida
caída sobre el pecho arrugado,
quemado de tanto sol, y una bolsa
con unas sucias pertenencias a sus pies,
no se trata de postestructuralismo
de Foucault o Derrida
o de hiperrealidad,
sino de un simple y ligero ejercicio
de la mirada, de observar a fin de cuentas
todo eso que a veces,
como las lágrimas y la sangre,
hemos acordado en llamar vida.

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