Juan José Téllez

Juan José Téllez

 

 

 

POÉTICA

 

Escribir es respirar. Cada palabra es una caja de música. Las emociones son las plazas abiertas de mi corazón, pero también guardo una extraña ciudadela de misterios. Es ahí donde se adentran los poemas. Los versos exploran los vericuetos que yo ignoro incluso de mí mismo. Hay una razón poética pero también existe una poética de la sinrazón. Trabo frases, evocaciones, ráfagas de vivencias o de ensueños. Sin embargo, también alguien escribe por mi mano experiencias que no me pertenecen. A menudo contemplo cómo cruzan el aire y las atrapo como un cazador de sensaciones ajenas que nos pertenecieran quizá como un alma colectiva para la que el poeta ejerce como los viejos druidas. Quienes pretendemos ejercer este oficio mágico, como el de la cirugía o el de los barberos, debiéramos buscar nuestra condición arcana de voces de la tribu aunque guardemos un pliegue de intimidad en el que reconocernos junto a nuestras contradicciones. Respirar es escribir. Cada caja de música es una palabra.

Juan José Téllez

 

 

 

 

CÁPSULA DEL TIEMPO
 
La rara costumbre de no hablar con extraños,
los largos registros de los aeropuertos,
la creencia en que la muerte sólo incumbe a los otros,
el beso a los hijos antes de los sueños,
las imágenes que nublan las conversaciones,
el turismo, las fechas señaladas, el amor
que no siempre llama varias veces.

El instinto animal vestido de diseño,
el espejismo de ser democráticos y libres,
los teatros llenos de aplausos complacientes,
el campo como un enorme territorio de olvido,
las joyas que no saben esclarecer los misterios,
las colas del paro y la pasión de los fuertes
sobre discursos hueros y lugares comunes.

Las sirenas que avisan que el dolor se acerca,
la sabiduría condenada a trabajos basura,
el miedo como una patria realmente invencible,
los suburbios infames junto a catedrales góticas,
los artistas que opinan como si las emociones
fueran ideas capaces de transformar la historia,
razones sin fuego en vez de corazones en llamas.

Los boletos de la suerte, las canciones del verano,
un juego electrónico en manos del futuro,
la niebla que se traga nuestras certidumbres,
el crimen de la avaricia sin huellas dactilares,
la prensa como un burdo papel que no leen
aquellos que presienten que ya lo saben todo
pero confían de firme en templos y en finanzas.

Los jóvenes que buscan la belleza o la rabia,
los ríos cargados de contrabando y bateas,
he ahí el pálido resumen de las décadas
que aún me empeño en llamar biografía.
En la cápsula del tiempo esconderé mis fotos,
las burdas convicciones vencidas por la selva,
mi corazón de puma encerrado en un zoo.

 

 

ÉRASE CÁDIZ
 
Añeja ciudad del maremoto,
hoy no vendrán los héroes a librarte de tu sino
ni del Detente Satanás te salvará otra vez
del agua embravecida y de las lonjas de esclavos,
o de las tropas enemigas de tus sueños..

Ahora jurarás odio eterno a tu paciencia,
a ese largo silencio acostumbrado
del que sólo las coplas te desnudan.
Que vuelva la flota del inglés
a saquear tus ajenos palacetes,
esa eterna memoria que aprisiona
tus ganas de ultramar entre murallas
y entre andanas de vino tu audacia.

Si retornara el emperador al trocadero,
para imponer revolución con bayonetas,
quema los templos y entrégale a tu rey,
antes de que sea él quien de ti reniegue.

Callejón de los Negros y Arco de la Rosa,
sigue abrazada al amor, antigua señorita,
que los galeones ya no avistan jamás desde las torres
los veedores que anunciaron tu ruina
pero no hiciste caso como nunca.

Títere de ti misma, Tía Norica,
ya no hay cueva donde encuentres tu refugio
ni playa donde limpiarte de pobreza.
Barrio de Santa María, Mentidero,
vapores de La Habana,
forjas marineras de La Viña,
Galeona que vienes de Manila:
apaga las colillas de tu torpe nostalgia
y alumbra el porvenir como ese faro
que alerta al navegante del peligro
de amurarse a tierra para siempre.

A punto de estallar tus polvorines
deberás decidir si el Nazareno
acudirá a rescatarte de las llamas
o sería mejor que el fuego te inundase
y de la ceniza surgieran otras calles
hermosas como estas, pero libres,
azules y ostioneras sin la mano
sumisa ante la dádiva y la ojana
del poder que nunca te regaló la historia.

Erase Cádiz durmiente sin un príncipe,
cenicienta que ya no confía en las hadas,
como una muchacha perdida en el espejo,
como un barco varado en su mentira.

 

 

LOS FANTASMAS

Para Domingo F. Faílde, quizá entre ellos
 

Comparecen acaso en mitad de la noche,
entre las largas tinieblas de los sueños,
con su vieja encarnadura de vida deshojada
por el otoño temible de la muerte.
Fueron la familia, los alegres amigos,
aquellos que cruzaron fugaces por los años
y un día decidieron despedirse del mundo
por motivos que nadie tuvo claro jamás..

Nos miran desde entonces a babor del azogue,
bajo la arquitectura sombría de sus túmulos,
luciendo crisantemos en las solapas del recuerdo,
comprobando que nada fue mejor sin su presencia
y exclamando extraños mensajes en las ouijas
o en los repentinos presentimientos de los suyos.

En las cristaleras del café que frecuentaban,
en las escalinatas que daban al colegio,
en el último cajón de su ropero, entre las ropas
que usaron una tarde parecida a la dicha.
Allí aguardan, con su levísimo reflejo de memoria,
con su recado de escribir, con sus zapatos de salón,
y con la sonrisa dibujada sobre las fotos ocres,
saludándonos como si también nosotros ya fuéramos
un mueble que envejeciera en el desván de la historia.

Mi madre solía encender una vela sobre un mar de aceite
para que las almas nunca extraviasen su rumbo,
en ese largo país que debe ser el infierno. Ahora,
ella también estará perdida entre tinieblas
como en cualquiera de sus frecuentes pesadillas.
La única luz que ojalá perciba será mi nostalgia
nombrándola en los versos, la tristeza profunda
por un par de poetas que ya no tienen nombre
y por la amante a la que el mar nubló demasiado pronto.

He ahí el territorio final de los ausentes,
bajo la música callada de unos cuantos hermanos
que llegan del pasado a decirme que el tiempo
tal vez sea un burdo rumor sin importancia
y la existencia en sí misma quizá tenga
demasiada fama para los servicios que ofrece.
Por el aire del miedo desfilan sus vencejos.
Huérfano de sus sombras, yo soy su aparecido.

Pin It on Pinterest

Share This