Fernando Sánchez Dragó

COMO EL VIENTO EN LA RED

Se casó con su primera mujer en la cárcel de Carabanchel. Con la última, Naoko, en Japón. Entre ambas una vida vivida sin Dios ni ley, sin patria, sin rey, sin fronteras y sin banderas. Durante la presentación de cualquiera de sus libros es imposible entrevistarle. El coloquio que sigue a la charla se planta a menudo en la tercera hora y los responsables de los centros que celebran el acto se ven obligados a anunciar por megafonía el cierre del establecimiento.

Nadie se mueve de su asiento. Con las puertas cerradas y una multitud rodeándole, Fernando comienza la firma de libros. Mujeres de mediana edad enfundadas en sus trajes de Chanel intentan trabar conversación con él, ancianos con poco más de algunas semanas de vida en los bolsillos ansían hablarle de sus experiencias, ninfas adolescentes se sientan a su lado en el suelo custodiándole como a un amante secreto, los ojos llenos de admiración y de deseo. Antiguos amigos, salidos de Dios sabe dónde, se le acercan para ofrecerle cenas pantagruélicas, cuscús, chácharas y revivir olvidados excesos. Naoko se mantiene sentada en primera fila. Ni se inmuta.

Nos citamos en la habitación de su hotel. La suite es amplia, con varias estancias, pero nos sienta sobre la cama, junto a su máquina de escribir Olivetti, en la que aún tiembla la cuartilla a medio escribir del libro que tiene en marcha. En la mesita de noche, un vaso de zumo y algunos periódicos han quedado olvidados. Fernando se gira y comenzamos la charla; una torrentera de palabras se nos echa encima. Es rápido, cercano y excesivo. En cada respuesta regala un titular. En algún momento nos desplazamos hacia el sofá. Naoko, mientras tanto, hace la cama.

Fernando, nos asombra tu popularidad.
Yo la padezco. Debo de ser el único escritor de España al que le sucede. La gente me para por la calle, donde voy causo un revuelo. Me demandan una atención que doy por educación, pero mi verdadera vida es la máquina de escribir y el silencio.
Nos decía Juan Manuel de Prada que los programas de libros en televisión no sirven para nada, y que ni siquiera fomentan la lectura.
Pues sí y no. Es verdad que nada de lo que sale en televisión sirve para nada porque la gente se olvida en el siguiente plano. Sí, esto se sabe. Solo activa el cerebro reptiliano. Ahora bien, mis programas no son programas de televisión. Mis programas se podrían leer o se podrían escuchar. Son conversaciones entre escritores. Son programas de culto, que gustan mucho a sectores minoritarios que leen muchísimo y que no se lo pierden nunca. A veces los programas son útiles y a veces no. Nunca lo sabes. Hay escritores a los que me he esforzado por popularizar y no he conseguido nada, y sin embargo hay otros a los que he puesto en órbita.
Jodorowsky, por ejemplo.
Jodorowsky, sin ir más lejos, era un perfecto desconocido en España hasta que yo le entrevisté. En este momento es una vedette. Un escritor minoritario pero que siempre alcanza tres o cuatro ediciones.
El Marqués de Tamarón.
El Marqués de Tamarón es otro. Es evidente que los programas han ayudado mucho. Lo que pasa es que los escritores somos muy quejicas, y probablemente Prada se queje por gremio. Lo que te puedo decir es que Prada, como la mayor parte de los escritores, están deseando que se les invite a programas como los míos. Si pensaran que no sirven para nada no irían.

Escribí «ElDorado», mi primera novela, para ligarme a una mujer

Tus programas sólo fomentan la lectura entre lectores ya hechos.
Pero es que eso es así siempre. En el mundo hay una serie de personas que leen, y ya está. Los demás no leen nunca. La mayor parte de la humanidad no lee nunca. Y nunca lo va a hacer. Ganar lectores es casi imposible. Lo que sí puedes hacer es orientar a los que leen y conseguir que compren más o menos ejemplares de un determinado libro, pero fuera del ámbito de la lectura mis programas no sirven absolutamente para nada, de eso estoy seguro.
En tu opinión el porcentaje de lectores se mantiene estable en cualquier época.
En absoluto. No solo no se mantiene estable sino que decrece. Aumentan las horas de televisión, luego disminuye la lectura. Lo único que no ha disminuido es el número de quienes compran libros, eso ha aumentado, pero no los compran para leerlos sino para regalarlos a otros que tampoco leen, nada más. El libro se ha convertido en un regalo asequible y bonito. Quedas muy bien, es muy elegante y ayuda a practicar la elegancia social del regalo. La mayoría de los libros que se venden no son abiertos nunca. Nunca. El noventa y ocho por ciento de las personas que vienen a que les firme mis libros y que me juran y perjuran que soy su escritor favorito y que no se pierden ninguno de mis libros, traen libros que se están abriendo por primera vez en ese momento. Cuando firmo libros, en el noventa y nueve por ciento de los casos lo único que va a leer la persona que compra ese libro es la dedicatoria que le pongo, y lo tiene difícil porque mi caligrafía no se entiende. O sea, que ni eso. El libro es un ejemplar en extinción, y desaparecerá. Es decir, la cultura del ocio, del negocio, del espectáculo, se lo comerá.

¿Se acabará entonces el ritmo de una prosa, la sorpresa de un verso?
Pues no, claro que no, pero será una cosa de exquisitos, de los diplodocos de Parque Jurásico que sobrevivimos.
Como los zapatos hechos a mano.
O los jerséis hechos a mano. Los hay, pero muy poquitos. Con el libro pasará lo mismo. Lo de a mano está bien, porque el libro es algo que se hace a mano.
Y se lee a mano.
Pronto ni masturbarse se va a hacer a mano.
Ya me extrañaría.
Se hará con máquinas.
¿Por qué se acabó Negro sobre Blanco?
Se acabó por lo que se acaban siempre mis programas en televisión, por el sectarismo de la izquierda. Los socialistas tienen la costumbre de cerrar mis programas cada vez que llegan, qué le vamos a hacer. Me consideran de derechas. Eso debería dar igual. En este país hay muchos de derechas. Eso es vivir en democracia. He hecho programas con absoluta ecuanimidad, eso no me lo discute nadie. Pero es demencial que el trabajo de un señor que ha llevado a su programa a los rojos más rojos de todos los rojos, a los que ni ellos mismos se atreven a llevar, dependa de que ganen las elecciones los unos o los otros. Mientras eso suceda significa que en España no hay democracia en absoluto. Sin embargo lo agradecí, porque luego hice un programa mejor que el que hacía antes.
Sí, era más dinámico.
Mas dinámico e iconoclasta, más nuevo. Si no me hubieran echado me habría instalado en la rutina y habría seguido haciendo Negro sobre Blanco hasta la muerte. Que te echen de un sitio a mí me encanta, eso es lo que les da rabia, porque creen que me están jodiendo. Al contrario, me obligan a hacer otra cosa, me obligan a aguzar el ingenio. La sonrisa me rejuvenece. ¿Qué es de un guerrero sin adversario? Yo soy un guerrero, así que agradezco muchísimo a la izquierda su sectarismo.

Desde que nacemos llevamos a la muerte en el hombro, como los papagayos de los piratas

¿Qué personaje destacarías de tus entrevistados?
Han sido miles. El próximo mes de Junio se cumplirán cuarenta años desde la primera vez que aparecí en un programa de libros en televisión. Pero bueno. Qué duda cabe que Jodorowsky. En primer lugar porque es un escritor que he descubierto yo, en segundo lugar porque es uno de los personajes más importantes que he conocido en mi vida y en tercer lugar porque ha llegado a convertirse en un íntimo amigo, en un hermano. Tanto en lo personal, como en lo literario y en lo filosófico. Tal vez sea el mayor personaje con el que me he topado. Pero ha habido otros. El marqués de Tamarón, por ejemplo, que es un hombre muy conservador, que gusta a la derecha y a la izquierda, a los jóvenes y a los viejos, se convirtió en un personaje a raíz de mis programas. A todo el mundo le encanta Tamarón.
Arrabal también estará por siempre ligado a tus programas.
Arrabal es un hombre de teatro y se ha construido a sí mismo. Todo lo que proyecta es auténtico pero también es urdido. Arrabal es como Dalí. Una cosa era hablar con Dalí en su estudio, en privado, y otra cosa era hacerlo en público. En cuanto aparecía una cámara de televisión Dalí se transfiguraba. Arrabal también. Una cosa es el Arrabal para fuera y otra el Arrabal para dentro. Pero una vez que apareces en los medios y convocas a la opinión pública, quieras o no te conviertes en un personaje. Yo soy una persona bastante natural, pero a veces es difícil serlo si tengo ochocientos fotógrafos que me están tomando. Y por otra parte siempre digo de mí que toda mi literatura es literatura autobiográfica, porque desde niño, desde que me acuerdo, quise ser escritor, y construí literariamente mi vida. Yo soy una construcción literaria. Siempre digo que no sé si soy un buen escritor, eso ya lo dirán los demás, pero lo que sí soy es un buen personaje. Como soy el que mejor conozco, para qué voy a echar mano de otros inventados.
Oscar Wilde también fue un personaje durante toda su vida. Terminó mal.
Sí, eso es verdad. Como Oscar Wilde, yo también soy el que construye mi propio personaje, sí. Y acabó mal, es cierto.
¿Qué te parece la narrativa actual en castellano?
Yo no leo narrativa. Leo muy pocas novelas, la mayoría antiguas. Me aburren soberanamente las novelas. Hay algunas que no, pero se cuentan con los dedos de una mano. Un libro de poesía o de ensayo es otra cosa. En España se hace excelente poesía, y algunos ensayos son muy estimables. Reportajes, diarios, memorias. Todo eso está muy bien en España y fuera de España.

Nada en la vida está tan lleno de vida como el momento de la muerte

Piensas que la novela ha muerto.
Indudablemente. La novela ha muerto. Es imposible hacer nada nuevo en novela. Las novelas españolas son especialmente aburridas. También las italianas, también las francesas. Se salvan las inglesas y las americanas, aunque ya no tanto. Me interesan especialmente, aunque eso se debe a mi ramalazo orientalista, la novela que se hace en Japón, y las indias también. La de Arundhati Roy, “El Dios de las pequeñas cosas”, fue una de las novelas que más me gustaron en los últimos años, pero las españolas son todas lo mismo: un hecho, generalmente criminal, una trama más o menos policíaca, y alrededor de eso, yonquis, drogas, putas, políticos corruptos, periodistas canallas, etc. Siempre es lo mismo. Tamarón dijo una frase que hizo época en uno de mis programas a propósito de un Premio Nadal de entonces, y del finalista. Le dije, qué te han parecido las novelas, Santiago, y me dijo, rezuman tedio progre. Bueno, pues eso es. La novela española actual rezuma tedio progre.
En aquellos programas tirabas al baúl los libros de Javier Marías.
Javier Marías es el peor novelista. Cuando yo digo el peor novelista no digo el peor escritor de España, sino el peor novelista. Las columnas que escribe no están mal. Hombre, seguro que habrá por ahí mindundis peores todavía que Marías, pero vamos, a mí Marías me resulta absolutamente insoportable. No sabe escribir. No aprobaría el bachillerato que yo aprobé. No tiene concordancias, no sabe manejar la sintaxis, no tiene un lenguaje narrativo. Sus artículos me parecen bien. Marías me atacó previamente. A partir de entonces digo sobre Marías la opinión que como novelista me merece. Hay otros autores con los que tengo buenas relaciones que también me merecen la misma opinión literaria, y sobre los cuales no digo nada. ¡Ah!, si Javier Marías, de repente, escribe una buena novela, pues nada. No hay que poner límites a la providencia. Lo que pasa es que en principio yo ya no voy a abrir ninguna.

Dice Sánchez Ferlosio que no ha existido todavía una idea del hombre que sea capaz de mover una hoja.
Con mi buen amigo Rafael Sánchez Ferlosio, al que adoro, no estoy de acuerdo. Por las ideas se han hecho guerras. No es que se hayan movido las hojas, es que se han movido los pueblos. Sin ir más lejos, estamos ahora metidos en plena guerra de religión. Las caricaturas de Mahoma, por ejemplo. De dónde crees que viene. Este problema surge de ideas del señor Mahoma o de Jesús de Galilea o de Abraham, o de quien sea. No, no estoy de acuerdo, al contrario, las ideas mueven el mundo.
¿Es la sociedad del bienestar buena para el arte y la literatura?
La sociedad del bienestar es mala para todo. Conduce a la pobreza. La sociedad del bienestar es un delirio que se han inventado en Europa, sólo en Europa, y que no existe en ninguna zona próspera del mundo. Conduce a Europa a ser lo que va a ser indefectiblemente en muy pocos años: tercermundista. Europa es cochambre igual que el estado del bienestar. Es un camelo electoralista. Los políticos se apoderan, por vía de confiscación, de hasta el setenta y cinco por ciento, como sucede en Suecia o en Noruega, vía directa o indirecta, en los impuestos, de lo que genera un país entero, del trabajo y del sudor de sus habitantes y luego, electoralmente, se dedican a distribuirlo para conseguir bolsas de votos a su favor. Reinvierten en ellos el dinero que toman de otros. Aquí en Europa somos borregos numerados, esclavitos por culpa del estado del bienestar. Y eso, si es malo para el bolsillo, imagínate lo malo que será para la creación. Todos estos escritorcillos de ahora, que son nenes, que han nacido con las becas, con las bolsas de estudios, con las Erasmo, con todo protegido, no aprenden. Para aprender a escribir sólo hay que hacer dos cosas: una, leer y otra tirarte a la vida, ir a las cunetas, ir a las guerras, enfrentarte al toro de la vida. Si no haces eso, y eso ahora no lo hace nadie, qué coño vas a contar, cómo va a haber buenas novelas si no han vivido. En la sociedad japonesa, como en la norteamericana, o como en cualquier sociedad con dos dedos de frente, no hay subvenciones, no hay sopa boba. A nadie se le ocurre coger una parte del dinero y darlo a ciertos gremios.
Al cine, por ejemplo.
Al cine, precisamente. Es increíble. ¿Por qué tienen que tener subvenciones los del cine y no los del libro o los basureros, o cualesquiera otros? ¿Pero qué se han creído esos niños bonitos? Que se lo curren. Que den calidad. El cine es un espectáculo, y si la gente no pasa por taquilla, que se jodan.
El cine llama “industria” a su propio negocio.
Efectivamente. Eso nunca sucedería en Japón, o en Estados Unidos. Allí no manda mas que la taquilla, que es lo que debe mandar.

La cultura se ha convertido en ocio. Vivimos en un mundo que sufre de infantilismo.

¿Tienes alguna fórmula para que los lectores que compran hoy novedades en el Corte Inglés, que compran tus libros, por ejemplo, lean también a los clásicos, las grandes novelas del siglo XIX, el teatro de Shakespeare?
Esas novelas de Jane Austen, de Tolstoi, son novelas muy atractivas y no necesitan nada. Son culebrones. La novela nace como culebrón. Aparte de algunos pequeños casos aislados, como El Quijote, la novela nace en el siglo XIX como culebrón, para entretener a las amas de casa que se aburrían, exactamente igual que los programas de María Teresa Campos o las telenovelas que llegan hoy desde el otro lado del atlántico. Quiero decir que Madame Bovary, o Ana Karenina, o Guerra y Paz, o Cumbres Borrascosas, son atractivas y extraordinarias, no hay que inventarse ninguna fórmula. Ese tipo de novelas funcionan siempre, son las que se venden bien. Es lo que se va a seguir leyendo. Se sostienen por sí solas en el tiempo y en las librerías.
¿Cuál es tu mapa de lecturas?
Empecé a leer a los tres años y te aseguro que nunca salgo a la calle, ni para ir a la esquina a comprar aspirinas en la farmacia, sin echarme un libro debajo del brazo. Aprovecho todos los tiempos muertos. Yo llevo un libro abierto incluso cuando conduzco solo, en el asiento contiguo al del conductor. Y cuando me paro en un semáforo, leo, y cuando hay un embotellamiento, leo. Mi mapa de lecturas es el mapamundi entero. Como mínimo, desde que tengo cinco años de edad, habré leído, sin exagerar, quinientos libros al año. Y fíjate, han pasado más de setenta años. Multiplica. Habré leído treinta mil libros. Hombre, no todos leídos desde la primera página hasta la última, hay libros que los lees por encima, porque para eso están.

Un libro es un embarazo. El escritor queda preñado y nace un libro

La literatura que marca es la inglesa o la francesa o la rusa del siglo XIX, o la poesía del siglo XX.
Dejémonos de tonterías y de moños, y esto lo dijo en cierta ocasión mi buen amigo Savater, al que los periodistas esperan que conteste diciendo que los libros que más le han marcado son El Quijote, o los de Platón o Descartes. Qué va. Los libros que verdaderamente marcan a una persona, los que troquelan su mapa de lecturas, son los de su infancia. A mí los libros que me han marcado son los libros de Guillermo, Tom Sawyer, Huckleberry Finn o Sinuhé el egipcio, que, mira por dónde, aquí lo llevo, te lo enseño (lo enseña). Terenci Moix decía que fue la mejor novela del siglo XX. Yo estoy de acuerdo.

¿Cómo definirías tu estilo literario?
Pregunta capciosa. (Risas) Mi estilo literario es cambiante. Ha ido evolucionando. Eso le sucede a muchos escritores. No es lo mismo escribir una novela que escribir un ensayo o escribir algunos de los libros que he publicado. Cada libro exige un estilo diferente. Dicho esto, yo diría que tengo una tendencia natural al barroquismo. Mi estilo es sintácticamente muy complicado, de muchas subordinadas, de una construcción ardua, mucho sinónimo, gran riqueza léxica, gran acopio de adjetivos, todo eso hace un estilo frondoso, un estilo de selva virgen, en la cual muchas veces el lector tienen que abrirse paso con machete, como yo también hice a la hora de escribir. Hubo un momento en mi vida en que la literatura fue para mí un sacramento, lo máximo era escribir, y escribir bien. Pero poco a poco me he ido dando cuenta de que la literatura no es un fin en sí mismo, como durante muchos años creí, sino un medio para transmitir ideas. En estos momentos atroces que está viviendo el mundo, tiene que ser, como dice Jodorowsky, un arte terapéutico. Digamos que mi estilo, desde Gárgoris y Habidis hasta ahora, se ha ido suavizando y haciendo más abierto al lector.
¿Sigue siendo tu mayor pecado la lujuria?
(Risas) Veo que has seguido mis programas. No, desde que me operaron te diría que ya no tengo pecados, pero en fin. Acabo de ser padre de nuevo. Mentalmente sigue siendo mi mayor pecado, sí, y confío en que siga siéndolo. En ello estoy. Qué cabroncete.

FERNANDO Y NAOKO

Fernando y Naoko viven como una pareja de adolescentes. Viajan juntos, estudian juntos, se revuelven juntos en la cama, se ríen juntos. Su complicidad acerca sus culturas y sus geografías distantes. Como el viento en la red, la vida les traspasa y ellos no oponen resistencia. Comparten sueños y emociones sin ponerse barreras. Su mundo es tierra de nadie, un lugar de encuentro para quien topa con ellos. La muchedumbre los rodea en cada presentación de libros, en cada charla, en cada conferencia. Como él mismo dice, un día de estos se quedará en la cuneta, como todos nosotros, y se reencarnará en otra persona, en una piedra o en un árbol, porque cree en ello. Si eso fuera cierto, en algún momento, aún no sabemos cuándo, nos encontraremos de nuevo, unos agua y otros lecho de río, unos nubes y otros asnos, o piedras con la que tropezarán otros hombres, quién lo sabe.

DATOS SOBRE FERNANDO

La red está llena de información sobre Fernando Sánchez Dragó, pero él, que no maneja ordenadores, ni quiere, y que tan solo utiliza su vieja Olivetti, por fin se ha decidido a construir una página web que centraliza toda la información sobre sus actividades y que le dota de voz propia digital. Columnas de opinión, programas de televisión, todo tiene cabida en su web, clara y muy bien estructurada. Es esta:

Web de Fernando Sánchez Dragó

Como todo lo que rodea a Fernando, es esta una web curiosa. Incluye, por ejemplo, un recorrido por su casa en el pueblo de Castilfrío de la Sierra -donde está desarrollando un proyecto utópico que él mismo explica en su texto-, un recorrido por su gabinete de trabajo, que comparte con Naoko, e incluso muestra sus baños y su habitación conyugal. Nos parece una acercamiento inusual y delicioso a la intimidad de uno de nuestros más grandes comunicadores. Aquí podemos echar un vistazo:

Casa de Fernando en Castilfrío de la Sierra

Además de sus actividades como escritor, Fernando continúa su labor divulgativa de la literatura y de su visión del mundo en su nuevo programa, en Televisión Española, Libros con uasabi. Ofrecemos aquí el video que recoge la rueda de prensa de la presentación del programa a cargo del propio Fernando, de la directora del espacio cultural madrileño Caixaforum, que lo financia, y de un responsable de la cadena de televisión pública. Toda esta información, y capítulos ya rodados del programa, están disponibles en su web:

Eduardo Fdez-Martos Machado
Director
donmiguel@latorredemontaigne.com
Eduardo Fdez-Martos Machado

Hola.

Soy Eduardo Fdez-Martos Machado, director de La Torre de Montaigne.

Si te suscribes a nuestra circular, el trabajo de los creadores te llegará silenciosamente. Saludos.

Te has suscrito correctamente. ¡Enhorabuena!

Pin It on Pinterest

Share This