JULIA SANGRO

Un volcán bajo la mesa

¿En qué lugar anida la belleza en lo humano? ¿Por qué germina la capacidad de transmitir emoción en unas almas y no en otras? Mozart, un hombre común, fue elegido para alojar ángeles en su cabeza; Miguel Hernández, un campesino del pueblo, habló por boca de todos los hombres; Lope de Vega o Pedro Salinas hicieron vibrar la cuerda de la emoción que todos llevamos tensada. Julia Sangro, ama de casa, madre de diez hijos, muerta en los años setenta del pasado siglo, tañendo esa cuerda ha irrumpido en la poesía amorosa contemporánea y en los corazones de quienes la han leído con un chispazo lírico lleno de fiereza.

Este otoño en Madrid, de forma silenciosa e imperceptible, de un ascua apagada ha brotado una llama; los hijos de Julia Sangro han publicado unos poemas que su madre había dejado escritos en su cuadernillo de notas hace setenta y cinco años. Este cuadernillo, escrito en su juventud, lo guardaba uno de sus hijos, entregado a él antes de morir por la propia Julia. Es el cuaderno de sus «Dilas».

Vida.

Julia Sangro nació en Madrid en 1919, en el domicilio de sus padres. Pertenecía a una familia de la alta burguesía española. Su bisabuelo fue Antonio Ros de Olano, general y Ministro de Instrucción Pública, honrado como Conde de la Almina por Isabel II en 1856. Fue muy amigo de los románticos españoles, especialmente de Espronceda, Pedro Antonio De Alarcón y de Larra, y fue asiduo de la tertulia de El Parnasillo. Otro ancestro de Julia fue Marcial del Adalid, compositor también romántico que compartió estancia musical en París con Frédéric Chopin.

Plaza de toros de Las Ventas, 1943. Con su marido y su padre.

Sus padres fueron los marqueses de Guad-el-Jelú.
A consecuencia de las costumbres de su clase y de su época, Julia no cursó estudios reglados, pero a cambio estudió idiomas, literatura y música.

Rota la vida de su familia, como la de todas, por la guerra civil, fue detenida al comienzo de la guerra y puesta en libertad más tarde. Sus hermanos, en el frente, murieron.
Tras la contienda, casó con el abogado Jaime Miralles, con quien tuvo diez hijos. El régimen de Franco acabó represaliando a su marido; no solo le puso trabas económicas sino que lo deportó a Fuerteventura, dejando a Julia a cargo de los hijos y sin recursos. Para sacar la casa adelante, Julia multiplicó los panes y los peces. Diseñó unos delicados cuadros con flores secas que había ido recogiendo en la tierra gallega de su familia materna. Pintó piedras de río y muñecos de hojalata.

Con su marido deportado en Fuerteventura, frente a su trabajo en la mina de cal.

Durante toda su vida, la casa del matrimonio fue un bullicio constante de hijos y amigos, un lugar donde se hablaba en libertad, se leía, se cantaba y se pintaba. Gracias a su formación musical, compuso canciones que cantaban entre todos, e incluso llegó a dominar el timple canario, que conoció en sus visitas a la isla de Fuerteventura.

En mil novecientos setenta y seis un cáncer se la llevó por delante con cincuenta y seis años.

Generación perdida.

Tras la guerra civil española, una sábana de silencio cayó sobre las mujeres. La literatura, la pintura, la música, las artes se resintieron. Lo que llamamos ahora «la explosión de la mujer» en todos los ámbitos, nunca fue normal en nuestro país. Ni siquiera estaba bien visto que una mujer estudiara en la universidad. Pocas despuntaban, salvo las que tenían un talento claro o las que, por las razones que fueran, se encontraban al margen de la consideración social imperante. Fue una generación de mujeres perdida en la expresión de su intimidad.

Inmersa en esa sociedad pacata y decimonónica se sentó Julia Sangro a escribir.

Julia recuerda lejanamente a Carmen Laforet. Ambas en la veintena, trasladaron al papel lo que palpitaba en su corazón. Laforet escribió una extraordinaria novela sobre la decadencia de un mundo que en apariencia no conocía y que tan solo intuyó. Ganó con ella el premio Nadal y aún así, una vez casada, siguió a su marido y se dedicó a la familia. Poco a poco, robando tiempo, fue construyendo su brevísima obra.

Torrelodones, 1941.

¿Conoció Julia los derrotes del desamor antes de escribir sus Dilas? ¿Los intuyó, como Carmen Laforet intuyó el mundo de la calle Aribau? ¿De dónde procede esa honestidad literaria, esa pasión y desgarro amoroso del que hacen gala sus Dilas?

Es posible que nunca lo sepamos; es irrelevante. Tuvo una voz literaria propia, y a lo mejor nunca lo supo. Dejó tras de sí su mayor obra: sus diez hijos. Ellos fueron lo único que publicó.

Leyendo en Torrelodones, 1942.

Las Dilas.

Julia comenzó a escribir desde muy joven para sí misma. Suponen sus hijos que las Dilas fueron escritas entre 1938 y 1941, es decir entre sus 19 y sus 22 años, al término de la guerra civil. Como ya había sucedido antes a tantas almas escogidas, su impulso emocional y literario poco tuvo que ver con el entorno que le rodeaba. Su volcán germinó de manera autónoma, generando su propia dinámica emocional. Como en Rimbaud, la juventud que se abría a la vida ya intuía el mundo.

Málaga, 1941.

Las Dilas son un conjunto de poemas amorosos en prosa de una sinceridad apabullante. Es incomprensible cómo una joven inserta en el final de una guerra, sufriendo detención y vicisitudes vitales que hubieran desarmado a cualquiera, pudo escribir de manera tan delicada y apasionada sobre el amor, que apenas conocía. Pero lo más extraordinario de las Dilas es que su voz poética es la de un hombre. Esta joven sin experiencia, en una España vapuleada y ciega, levantó su edificio poético usando la voz del sexo opuesto. Esto implica una voluntad y un talento literario que hacen a estas Dilas admirables.

Mallorca, 1944.

Algunas de las Dilas recuerdan a la poesía mística de Teresa de Ávila o de Juan De La Cruz, al arrebato de un amor ideal que, en el caso de Sangro, es humano y carnal. A nuestro juicio, las Dilas se acercan a la poesía sencilla y pura del mejor Juan Ramón Jiménez. Cuentan con lo más hondo y más difícil de sacar fuera de la piel: la desnudez de una extrema sinceridad, el verdadero aliento poético.

Si leemos las Dilas en calma y en soledad, a menudo hemos de interrumpir su lectura. El viento, mediador entre las desventuras amorosas de la voz poética y su amada, nos hace temblar a nosotros. Es en el desgarro del desamor que narran las Dilas donde late el amor más delicado y más puro.

Ya en la primera Dila están presentes todos los personajes:

Dila 1:

Anda, tú, viento amigo, que sabrás rimarlas, di a mi amada que yo, un día, viendo tanta alegría en redor, tanto sol en el mundo, tanta magia en el jardín verde, no puede pensar en la muerte, en la oscuridad y en el silencio, que, desesperado por ella quise morir y que mi risa de un niño y un hilo de agua me colmaron.

Pronto comienza el dolor, sin embargo:

Dila 8:

Dila que enveneno mi cuerpo y enveneno mi alma.

Mi cuerpo, con las ansias de poseerla; mi alma, con las luchas por olvidarla…

Dila 18:

Dila que tengo frío de muerte desde que supe que está enferma, desde que supe que se agrava. Y que de entonces acá, mi frente solo está enfrente de aquella terrible imprecación escrita en un sepulcro cristiano:

«Si violara algún impío mi sepultura, que muera el último de los suyos»

Corre, Viento Intermedio, llena tus ondas de mi angustia, y …

Dila cuan idiota son mis ojos…,

¡¡que solo ansían ver a quien maldicen haber visto!!

Dila 61:

Dila que ha muerto nuestra perra «Ney».

¡Todo lo mío se va!

¡¡Más, ¡ay! mi memoria y mi vida persisten!!

Dila 67:

Dila que ¿de qué soy yo que aún siento las lágrimas en mi garganta cuando la nombran?

Pero no solo el dolor transita las Dilas, también la gracia y el amor más arrebatado o delicado:

Dila 29:

Dila que anoche en un tranvía oí su nombre. Una linda muchacha lo gritó de plataforma a plataforma, llamando a su amiga.

¡¡Rosario!!

Entonces sentí un vértigo, un frenesí por arrancarla de la boca aquél nombre mío, que solo yo, ¡solo yo!, debo pronunciar, aunque sea secretamente …

¡O sentí el deseo de atraparlo con las uñas!

Dila 45:

Dila que si sospecha que todo, todo, nació y es para juguete suyo.

Dila 70:

Dila que pienso lo bonita que estará cuando se quede un poco pálida al oír «ayer le enterraron…».

Mucho sabe del amor quien lo define de manera tan certera y lapidaria:

Dila 104:

Dila que no es una mujer, que es un mandato inexorable.

Arranca el cuaderno con una Ofrenda:

«A todo hombre que ame o haya amado. A toda mujer capaz de querer. Se escribió en la villa de Madrid, en otras villas y de camino… Se escribió en cualquier tiempo, y para leerlo en cualquier tiempo…»

Torrelodones, 1940. Julia ensimismada y segura; es muy probable que en estas fechas escribiera sus Dilas.

Julia Sangro - Torrelodones 1940
Julia Sangro - Torrelodones 1940

Pero no todo es amor ideal en las Dilas; también el amor carnal se expresa en la forma más explícita y delicada:

Dila 68:

Dila, que, con razón o sin ella, con justificación o sin justificación, con dignidad o indigno, ahora mismo necesito creer que volveré a besar su boca envenenada

Dila 52:

Dila que solo es el pellejo de la que tanto amé. Que su espíritu escapó de su carne bien hecha… (¡Bien hecha, ¡ay!, como una maravilla indescriptible!…)

Dila 47:

Dila que dónde merca sus zapatitos, que dicen picardías, como su boca …

Dila 4:

Dila que voy por el mundo buscando una boca cálida y blanda como la suya, y que aquél calorcito no existe más en el universo…

¿De dónde lo tomara? ¿Y el aliento?, ¿a qué rosa del campo sincera y lujuriante lo robó?, ¿y el anhelo, como copiado de un pecho de pajarito recién nacido, unas veces, y otras de un pajarito moribundo? ¡Su anhelito infantil y perverso y tibio y perfumado!

Peregrino de todas las horas, ¡ninguna sale así!

Las Dilas que impulsan la narración son las que muestran el dolor y la rabia de los celos, describiendo un paisaje emocional cada vez más amplio; son descripciones casi pictóricas de lo que sucede dentro y fuera del corazón enardecido:

Dila 63:

Dila que he sabido que ese hombre la maltrataba, y no la digas, que lo sabe, que tiene mi puñal y mi brío con mi alma ¡Oh! ¡Ver que en mi santo grial escupe un profano!

¡Solo la fuerza de su mandato puede reducirme a la miserable mansedumbre que hace crujir mi rabia: palpita en mis nervios el crimen!

Dila 39:

Dila que anoche me crucé en el casino con su idiota bien vestido. Me pareció hombre de corazón, le busqué para buscarle querella, y … bajó los ojos y se mordió los labios.

Hizo un gesto como de hombre que siente vergüenza.

Pero también crecen en las Dilas reflexiones de corte general, germinadas en las tribulaciones del amor que siente la voz poética:

Dila 53:

Dila que no me tilde de «humilde», que el amor verdadero sufre todas las humillaciones y aún todas las bajezas, porque no fija su vista sino en el punto luminoso que ansía tocar…

Corre, Viento Intermedio, llena tus ondas de mi angustia, y …

Dila … que sé que miente, que no creo en su dolor, cuando no ha sido capaz de comprender el mío.

Como vemos, las Dilas son delicadas y feroces, un recorrido por todas las caras del sentimiento amoroso que tan bien resumió Lope en su magistral soneto, trenzadas de manera más discursiva y más delicada, pero con igual fuerza.

La última Dila, la más terrible, la más seca, cierra la narración:

Dila 111:

Dila este sueño terrible para quien cree en todos los atavismos, en todas las enunciaciones del espíritu en vela:

Esta noche soñé que su mano inconfundible se tendía, escuálida y enfermiza, al paso de «quien» más la amó. El hombre la socorrió, en un silencio sagrado, con cuanto llevaba … Él no pudo socorrerse: le encontraron muerto de una embolia redentora, a diez metros de la mendiga …

A la vista del entorno editorial de hoy, en el que se publican poemas crípticos e ininteligibles de quienes entre sí se dicen poetas, la aparición de estas Dilas de Julia Sangro, tocadas por el rayo de la poesía más sublime -que bien podrían haber sido escritas en el siglo XVI-, es una de las aportaciones más sorprendentes y delicadas a la lírica amorosa española del siglo XX.

Presentación.

En el Ateneo de Madrid, en la sala Úbeda, pequeña, escondidos, como escribió Julia sus Dilas, sus hijos abrieron al mundo la obra de su madre.
Sin mediar estudios críticos o literarios, fueron desgranándose anécdotas de la vida de Julia. «… Tia Julita amaba la música». «Mamá pintaba y cantaba…». Su casa había sido un remanso de libertad en la España de la época. La algarabía de los hijos y de los amigos, las canciones que ella componía y que tocaba a la guitarra y al timple, sonaron de nuevo en la sala; sonaron sus discos de vinilo, y su pluma volvió a rasgar su cuaderno.

El acto fue el homenaje a una madre. Julia había huido de la vida pública y de su talento para criar diez hijos, los mismos que le devolvían ahora su agradecimiento dando a la luz los poemas de su juventud. Ninguno de ellos pudo imaginar, en medio del bullicio familiar cuando Julia vivía, entre risas y flores secas, mientras repartía platos de comida, canciones y frutas, el fuego que su madre escondía bajo la mesa.


Dila 78, tal vez la que le escribirían hoy sus hijos:

Dila que no soy avaro, y si lo soy, es de un modo extraño, porque amo, de todas mis cosas, sólo la que ya no tengo.

Torrelodones, 1940.

Julia Sangro - Torrelodones 1940
Julia Sangro - Portada Dilas

«Llamo bueno en el arte a lo sincero;
lo sincero es siempre la cumbre»

Julia Sangro.

JULIA SANGRO

DILAS

Mairea – Libros

ISBN: 978-84-944-265-4-4

Eduardo Fdez-Martos Machado
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