Paloma Fernández Gomá

RESEÑA BIOGRÁFICA

Nace en Madrid en la década de los cincuenta y reside en Algeciras desde el año 1969. Maestra y profesora diplomada en Geografía e Historia. Estudió la licenciatura de Historia.
Su obra está recogida en distintas antologías de ámbito nacional e internacional y ha sido traducida al mallorquín, al árabe, al inglés, al francés y al italiano.
Fundó y dirige la revista cultural de ámbito internacional DOS ORILLAS.
Es miembro de distintas asociaciones y ha recibidos premios por su obra literaria.
Tiene publicados relatos y poemas en suplementos literarios y revistas literarias. Colabora tanto en medios nacionales como internacionales, en libros de homenaje y pliegos poéticos.
Escribe crítica literaria en diversos suplementos literarios.

POÉTICA

Es mi poesía un rito con el que tengo una cita todos los días para concitar a la naturaleza y en buena medida al universo que me rodea, a fin de dar fe de que estoy aquí frente a mis límites, expresando aquello que de infinito o cíclico habita a mi alrededor.
Creo que la poesía es consustancial a la naturaleza humana y que todo hombre nace comprometido con lo que de eterno o imperecedero hay en su ser.
La poesía para mí es una catarsis necesaria para explorar lo que de inmortal tiene el alma humana.
La naturaleza del cosmos y las tesis cosmológicas implican elementos que ayudan a una introspección necesaria en el hombre, para llegar a encontrarse a sí mismo y proyectarse en cuestiones que en él anidan como el concepto del tiempo o la temporalidad, el amor en su más amplio concepto, la existencia, la interconexión entre las diferentes culturas, la contemplación de la vida en sus diferentes manifestaciones.
En el ser humano siempre existe un interrogante continuo sobre la existencia, que sólo él debe o puede interpretar a través de la realidad circundante y el vínculo imprescindible de esta introspección que el hombre mantendría consigo mismo sobre la existencia, se encontraría en la poesía, cauce necesario de vivencias interiores que posibilitan el diálogo de la persona consigo misma y con los demás, más allá de cualquier frontera física o cultural.
La raíz de la cultura estriba en unos enormes vasos comunicantes de interactúan en tiempos indivisos, acentuando o compartiendo ciertas aptitudes, en cierta medida universales.

Paloma Fernández Gomá.

POEMAS

Paloma Fernández Gomá
DETRÁS DE LA LLUVIA

Después del rellano quedaba la calle vacía,
ávida de encuentros,
sumida en un largo olvido
de hojas y puertas entreabiertas
que, al olor de la lluvia,
giraban tristemente sus goznes
de centenaria memoria.

Más tarde solía ponerse el sol
sobre un perfil ecléctico
y en débil membrana insinuaba
el agua su presencia,
ondulando entre jirones
de gotas
el eco de su eterno
hábitat.



Del libro «Tamiz del desasosiego».

LA PEQUEÑA VENDEDORA DE SOL

África en tu costado
se recuesta cada tarde,
mientras tu voz se consume
en una danza pretérita
que presagia la lluvia.

Entre punzadas queda
tu nombre, empapado de luz.
Y es osamenta enmohecida,
la calle,
si desde el grito, la mirada
quedase atrapada.

Estará siendo reclamo de paz
tu caminar quebrado
en el limo de las horas
con ritmo de acero sacudido
por las hojas;
herida tu cintura, descuelga a cada instante
una sonrisa,
que solitaria de néctar,
acostumbra a penetrar la noche
con el húmedo cuenco
que recita la siembra.

No hay distancia que habite
todas las manos
y quiebre de luz la constante sombra.

La pequeña vendedora de sol enciende
la perdida senda de las frutas
que conduce hasta el muelle
donde África navega hacia la deriva.



Del libro «Ángeles del desierto».

VAREANDO ALMENDRAS

Herida de sol, la tarde
contemplaría como, al ir cayendo,
las almendras
tapizaron el suelo de ocre verdecido.
Ágil la vara fue instrumento
de arcaica precisión, influjo tenaz que hubo de
despertar
el tiempo que permanecía dormido
en los dinteles de la guadaña.

Luego llegó el sueño que reconcilia,
deseo intacto de todos los momentos
vividos,
recordatorio en sepia que humedece vitrales
y acomoda el ayer al momento,
íntimo y fugaz recopila todas las noches
en el vuelo ocasional de hojas
que el viento había ido depositando.

Así el eco de la mañana
fue sudario del último vareo,
lluvia hecha almendras
que, lentamente, sobrevino.

Después el sueño no interrumpido
y el eco lejano de las almendras
redimido por la tarde.

Las membranas fueron cubriendo los párpados,
aquellos sépalos siempre húmedos
que buscaban lunas sedientas en la noche;
destellos de luz incrustada en los dinteles de la alcoba,
que cayeron sobre la madrugada,
cuando el alba avecinó su presencia
junto al musgo que aún anidaba.

Siempre el ayer,
se vuelve presente
envuelto en lluvia de abismos
que traslada todo el sonido
hacia un adiós único y remoto,
tiñendo de violeta el estaño desvanecido,
cuando hayas de varear tus últimas almendras.



Del libro «Espacios oblicuos».

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