Madrid se vistió de arte en unos días en los que la primavera parecía más lejana que cuando comenzaba el invierno. En torno a la madre de todas las ferias, la omnipotente ARCO Madrid, que este año celebra su 35 aniversario, se articulan otros foros de encuentro entre galeristas, coleccionistas y simples admiradores del arte, de perfiles muy variados, irrumpiendo y modificando con fuerza el rostro de la ciudad. Madrid rezuma actividad artística y respira cultura. Ferias consagradas y otras emergentes que nos sirven para tomarle el pulso al mercado del arte a nivel internacional.
Aproveché la cobertura que me otorga La Torre de Montaigne para respirar yo también ese ambiente abierto y comunicador que se vincula con el arte, e iniciar un recorrido muy personal, con una mirada apasionada y entusiasta, por las salas y stands de los recintos que acogen las once ferias que se celebran en Madrid en la última semana de febrero. Fue imposible abarcarlas todas y lo sabía de antemano, pero armada de bloc de notas, lápiz y cámara, me lancé a la calle a empaparme de los mensajes que creadores y galeristas tienen que contarnos.
¿QUÉ ES UNA FERIA?
Antes de empezar mi periplo madrileño, me he tenido que detener un momento a pensar precisamente en este concepto. Y es que ante todo una feria de arte es un punto de encuentro entre los artistas y los coleccionistas, utilizando como mediadores a los galeristas. El papel del galerista es crucial, porque es el gran conocedor del mercado del arte; sabe cuáles son las necesidades del mismo, detecta las propuestas más innovadoras, es un descubridor de talentos, pero sobre todo es un inversor. Charlando con distintos galeristas en estos días he aprendido que el esfuerzo logístico y económico que supone montar un stand en una de estas ferias es ingente. Ingente, pero indispensable, ya que los coleccionistas ya no recorren las galerías en busca de obras y creadores; acuden directamente a las ferias, ya que éstas son un verdadero “supermercado” del arte, en donde los compradores encuentran una extensa y variada gama de productos que pueden interesarles. Así pues, las ferias son indispensables para el mercado del arte, y por ello se convierten en auténticos acontecimientos culturales y mediáticos en las ciudades que las acogen.
Para el mero aficionado al arte, una feria es una oportunidad única de ponerse en contacto con lo más nuevo, con la creación más reciente, con los nuevos artistas. El arte que se exhibe en los museos no suele permitirnos ese contacto tan directo, tener la oportunidad de ver al propio artista explicando sus intenciones y emociones o al galerista vendiendo un producto artístico en el que cree fervientemente. En las ferias el arte cobra vida, y nos abren las puertas a una compresión más total del fenómeno creativo.
TÍPICOS TÓPICOS
Y sin embargo, las ferias están rodeadas de una cierta leyenda negra, creada en la mayoría de los casos por unos medios de comunicación generalistas que nos ofrecen una visión muy parcial (y a veces hasta malintencionada) de lo que suponen estos eventos y del arte que en ellos se exhibe. En la memoria popular está grabado de manera indeleble el vaso de agua que se vendió el año pasado por 20.000€ en ARCO. Una obra más de las miles que estaban presentes en una feria que en su edición de 2016 ha contado con más de 200 expositores. ¿Se puede juzgar el arte contemporáneo por una sola obra y su precio? Yo pienso que no, pero en esta sociedad del escándalo y la prensa rosa quizás sea lo más sencillo. Lo más simple.
Es posible que uno de los tópicos más típicos que rodean esta polémica sea la asociación de arte contemporáneo y arte conceptual. Y es que no todo el arte contemporáneo es conceptual. El etiquetado del arte siempre ha sido y será una cuestión controvertida, pero básicamente podemos considerar “arte contemporáneo” a todo el arte creado en nuestros días, sea conceptual o no, que realice una aportación novedosa a nuestro tiempo. Y curiosamente, en las ferias que he visitado en estos días he visto bastante poco arte conceptual (incluso en ARCO, que es la que más variedad estilística ofrece por su inmenso tamaño); por ejemplo, Gregorio Cámara, director de JUSTMAD7, nos hablaba del regreso de la pintura. Lo figurativo nunca se ha ido de la creación contemporánea; simplemente, no trasciende de la misma manera que lo más innovador o, según traducción directa de los medios, que lo más polémico.
A menudo también se confunde la creación contemporánea con mero arte decorativo. Vemos cuadros a precios desorbitados que nos recuerdan a los que vende a precios bastante más asequibles esa gigantesca franquicia sueca de muebles y decoración de bajo coste que, admitámoslo, todos hemos pisado alguna vez. Pero hay diferencias: la creación contemporánea que se ve y se compra en las ferias es exclusiva, incluso en el caso de la fotografía artística, que se imprime en tiradas únicas o en series limitadas. Lo único tiene un precio, y eso es lo que diferencia el arte de la simple decoración; aunque admito que la línea roja es a menudo delgada. Aunque por otro lado, también he reflexionado en estos días sobre la función decorativa y ornamental de ese arte que nos gusta a todos, el del Renacimiento Italiano; obras de grandes pintores (o simplemente, de sus talleres) destinadas a decorar los grandes salones de los mecenas, sobre temas muy a menudo de encargo. De nuevo, lo que marca la diferencia es la exclusividad, el gusto del coleccionista y el mensaje creativo del autor.
En general, el regreso de la pintura es un hecho. Poco videoarte vi (en ARCO por ejemplo procedía de manera casi exclusiva de países latinoamericanos), y apenas un par de instalaciones en las seis ferias que visité. Siguen en auge las técnicas mixtas, y la fotografía se consolida como una potente manifestación artística de grandes posibilidades expresivas. La artes plásticas -como la música-, ya no son esclavas de la vanguardia; huyen de la exigencia de innovación de lenguajes que impuso el S.XX y se mueven libremente por técnicas y estilos variados y personales. El artista ya no es esclavo de la moda, pero sobre mi cabeza revoloteaba la idea, antes de iniciar mis paseos por las ferias, de si se ha convertido en un esclavo del mercado.
JUST MAD: LA FERIA DEL ARTE EMERGENTE
Con sede en el Colegio de Arquitectos de Madrid, esta feria fue la más tempranera de la semana: arrancó el martes 23 de febrero para la prensa con un cordial desayuno, en el cual su amabilísimo director, Gregorio Cámara, nos expuso el concepto general de la feria, y nos hizo una visita guiada por todo el recinto expositivo. Algo de agradecer para una neófita como yo; de otro modo no hubiese sabido por dónde empezar. El espacio del COAM era desde luego el ideal para ese concepto, si bien a menudo la obra de gran formato, como la del gran artista urbano Okuda, quedaba reducida por falta de espacio.
JUSTMAD7, con una gran cantidad de galerías madrileñas del distrito 28004 (Malasaña-Chueca), se convierte en una feria que apuesta clarísimamente por el mercado local. Una interesante novedad incorporada este año fue el stand de la Universidad Complutense de Madrid, en donde un número seleccionado de estudiantes de postgrado tuvieron oportunidad de mostrar sus trabajos al gran público. Ello se une al programa JUST Residence, que por tercer año consecutivo y con el apoyo del Banco Santander ofrece a los artistas residentes en un programa de cuatro semanas, la oportunidad de convivir con otros artistas en un entorno creativo diferente al propio. La ciudad escogida este año fue Málaga, y los artistas seleccionados procedían de países como Colombia, Venezuela, Estados Unidos y Polonia, entre otros. Ello consolida la vocación cada vez más internacional de una feria muy sólida en cuanto a concepto. JUSTMAD7 no es un cajón desastre, es una apuesta unitaria expresada de muchas maneras, todas coherentes entre sí.
Apuesta clara, pues, en sus cincuenta expositores, por los artistas emergentes. Y también por el arte en sus más variadas formas de expresión: arte sonoro, gastronomía, diseño de moda, performance, screen dance, gastroarte (una innovadora propuesta en la que lo culinario nace de un conflicto social), arte electrónico, arte urbano, fotografía, etc. En este amplio espectro, destaca la pintura. En JUSTMAD7 se pudo ver pintura tradicional, pintura de formato muy clásico, hiperrealismo y una fuerte tendencia hacia lo figurativo. ¿Las claves de su contemporaneidad? El uso de las técnicas mixtas, la reinterpretación actual de imágenes tradicionales e iconos populares, y sobre todo, el humor. Un sentido del humor y de la ironía que supone un verdadero posicionamiento del joven artista con respecto a su entorno y a su realidad social.
CASA LEIBNIZ: MARCANDO LA DIFERENCIA
También inauguró su espacio expositivo el 23 de febrero Casa Leibniz, en un entorno más que privilegiado en pleno centro de Madrid: el hermoso palacio de Santa Bárbara. Dirigida por Jacobo Fitz-James Stuart, de la galería madrileña Espacio Valverde, en mi opinión fue la apuesta más delicada e innovadora de toda la semana. Pasear por las estancias del palacio suponía una integración profunda con el artista y su obra. Una invitación a la reflexión sobre el arte y la vida, a través de los textos que apoyaban las obras; textos firmados por autores como Ray Loriga, Andrés Barba y Chantal Maillard entre otros. Una brillante idea relacionada con el arte total que me dejó fascinada. La entrada gratuita contribuye además a la visita del público general, más allá de coleccionistas, futuros compradores, o meros expertos.
Leibniz, en su teoría del tiempo, postula que nada acontece sin la materia, y que es precisamente eso, el acontecimiento, el suceso, lo que genera el tiempo como variable. Esta feria pretende ser una experiencia que produzca en el visitante un hito en el tiempo, un instante detenido en cada sala, en cada rincón, en cada palabra. Y por surrealista que parezca la idea, lo consigue. La abstracción del tiempo y del espacio exterior fue, al menos para mí, real.
Casa Leibniz presentaba en esta su segunda edición una orientación dirigida más al arte conceptual y a lo minimalista, en todos los formatos posibles, desde la instalación hasta el vídeo, pasando por la escultura y la pintura. Una cuidada selección de obras que se adecuaban a la perfección a los vericuetos de las estancias y a su iluminación. Mientras el público asistente a la inauguración recorría las habitaciones, en todo el recinto tenía lugar una performance en la que tres mujeres interactuaban con el espacio y entre ellas mismas. Un planteamiento que en un primer momento me pareció un tanto infantil, pero que en su desarrollo tuvo momentos de gran belleza. Mis ojos se cruzaron burlones con una de las intérpretes, apenas unos segundos, y la profundidad de su mirada me atrapó. Una apuesta más por la integración de espacios y artes que propone esta pequeña feria.
A destacar el fantástico trabajo en vídeo de Blanca Gracia; una grabación de escenas pictóricas que se acerca más a la animación con un profundo contenido de crítica social. Sólo mirar el storyboard es una auténtica delicia. De gran belleza poética me pareció también la obra de Alejandro Botubol, en una sala oscura en la que la luz realmente vencía a las tinieblas.
ART MADRID: LA CONTRAFERIA
Otro ambiente se respiraba el 24 de febrero en la inauguración de Art Madrid’16, en la espectacular Galería de Cristal del Palacio de Cibeles. Ambiente de expectación y una mayor afluencia de público; de hecho, cuando la camarógrafa María Martí y yo abandonamos el recinto, después de más de dos horas de recorrido, no se permitía la entrada a más personas porque se había superado el aforo. El perfil del asistente era más clásico, más de consumidor habitual de arte de mediana edad, aunque también había gente más joven con ese aspecto inequívoco de ser artista.
Art Madrid celebraba su decimoprimera edición con una propuesta centrada en las galerías españolas (35 de las 46 representadas). En sus stands pudimos ver obra de artistas ya consagrados, como Antoni Tapiès, Joan Miró (protagonista en exclusiva del stand de la galería Marc Calzada), Alexander Calder, Victor Vasarely y Carmen Calvo, esta última Premio Nacional de Artes Plásticas 2013 y Artista Invitada a la feria. Obviamente ya no se trataba de una feria de pequeñas galerías y de artistas emergentes; Art Madrid es una feria para coleccionistas clásicos y conocedores del arte. Por otro lado, la sección #OneProject, donde las galerías presentaban a artistas jóvenes en formato solo show, daba una oportunidad a los nuevos creadores a darse a conocer en esta pequeña gran feria, que ha adquirido prestigio como alternativa a ARCO.
El espacio brindaba la oportunidad de disfrutar con mayor amplitud de obras de gran formato, como las cuatro piezas basadas en las estaciones, de la pintora Alejandra Atares, cuyo colorido y preciosismo no pasaban desapercibidos. Charlamos con su galerista, Fidel Balaguer, que nos atendió de manera exquisita y nos dio un dato muy curioso: él viene desde Barcelona a Madrid a vender a coleccionistas de Barcelona; los coleccionistas madrileños se van a Londres; los londinenses, a Nueva York. Gracias a él entendimos el por qué las ferias son necesarias: simplemente, son una demanda de los compradores.
Ese retorno de la pintura que yo había percibido el día anterior, volvió a hacerse notar en Art Madrid, pero sobre todo me llamó la atención la poderosa presencia de la fotografía, y también de su imitación: fotografía que parece pintura, y pintura que parece fotografía. En este sentido, me impresionó mucho el trabajo del fotógrafo Fernando Bayona. Fue su galerista, Sabine Cárdenas, la que tuvo que sacarme de mi error: “No es hiperrealismo, es fotografía”. El tratamiento pictórico de la imagen, sin retoques y con una luz que no parece de este mundo, lograba resaltar la soledad y el drama de unas imágenes que representaban aquellos campos de concentración nazis en los que los homosexuales fueron esclavizados y exterminados. Es algo indescriptible; simplemente, hay que verlo.
De gran poder visual es la obra de otro fotógrafo, Alejandro Zubiaga, de la galería madrileña Materna y Herencia, que presentó una variadísima propuesta de técnicas mixtas que nos pareció muy interesante. Zubiaga trabaja con superposiciones de fotografías en distintos colores, lo que otorga a sus paisajes urbanos una extraña sensación de movimiento. Una forma de metafotografía que hipnotiza al espectador.
ARCO: LA FERIA MADRE
Nada más entrar en el pabellón 7 de IFEMA, supe que me encontraba en la madre de todas las ferias. ARCO es un espectáculo masivo del arte, su mundo y sus gentes, a través de más de 200 expositores distribuidos en dos pabellones del recinto ferial de Madrid. Una feria en la que todo tiene cabida, desde el arte conceptual hasta el famoseo más rotundo, pasando por una variada oferta gastronómica y editorial, con una amplia sección enteramente dedicada a la prensa del arte y otras publicaciones.
ARCO no es una feria para visitantes, a no ser que vayas a ver stands concretos que despierten tu interés a priori, o a tomarte un vino y ver pasar famosos y modelitos extravagantes. Al cabo de cinco horas, mis ojos (y mis pies) dejaron de ser capaces de apreciar lo que veían. ARCO es realmente una feria para coleccionistas y compradores de arte: en sus pasillos se respira negocio. Gente comprando obras para otros con el teléfono en mano; una agente preguntando en vídeollamada a un cliente “dime qué estás buscando, que seguro que aquí te lo encuentro”. Muchos, muchos compradores, galeristas centrados en la posibilidad de vender, más que de mostrar o explicar la obra de sus stands. ARCO es un verdadero mercado del arte, y en ese sentido, es una referencia crucial para entender el estado de la cuestión a nivel internacional. Porque si bien habíamos visto galerías de otros países representadas en las otras ferias, la presencia foránea en ARCO es aplastante, y allí terminé de constatar algo que ya intuía: Berlín sigue siendo la ciudad de referencia en Europa para al arte contemporáneo. Galerías cuidadísimas, productos muy puros, conceptos muy redondos y coherentes en todos sus stands. Ciertamente, otro nivel.
En cualquier caso, las galerías españolas presentes en ARCO no tienen nada que envidiar a las berlinesas. Excelentes las presentaciones de Fernández-Braso (galería ya recogida por La Torre de Montaigne en su sección de Galerías aquí), Nogueras Blanchard, Malborough, la tinerfeña Leyendecker, que no ha faltado a ninguna de las 35 ediciones de la feria, y la indiscutible Juana de Aizpuru, galerista fundadora de ARCO, que sigue ofreciendo una sólida propuesta de artistas y obras. De todos modos, en ARCO también hay diferencias, hay galerías de segunda y de tercera; algo imposible de evitar en una muestra tan amplia como la que ofrece esta feria.
Todos coincidimos en que esta trigésimo quinta edición de ARCO ha sido menos provocadora, y que ha huido de polémicas como la del vaso de agua de la edición interior. Pero recorriendo los pasillos y stands, quizás por la cantidad de obra expuesta, tuve la desagradable sensación de que ya está todo dicho en el arte contemporáneo, y de que sólo se investiga y se innova en las maneras de decirlo; de que la frontera entre la creación artística y el mero ingenio cada vez está más desdibujada. ¿Hasta qué punto se ha perdido el mensaje en beneficio del lenguaje? ¿Se comunica más a través de un discurso grandilocuente o por el contrario en exceso minimalista? ¿Le preocupa al artista contemporáneo hacerse entender o sólo busca una manera íntima y personal de expresarse? Cuestiones estas muy personales, como muy personal es siempre la observación del arte, que en mi opinión salpican a la creación artística general de nuestros días.
ROOM ART FAIR: LA FERIA ASEQUIBLE
Una de las propuestas más novedosas que se pudo ver en Madrid en esta semana del arte fue la de esta pequeña feria de fin de semana. Los jóvenes galeristas exponían su obra en las habitaciones de un hotel (en esta su cuarta edición, en el Hotel Petit Palace Santa Bárbara), que les sirven por las noches de alojamiento mientras dura la feria, creándose así un espacio de convivencia artística total. Una idea interesante que sin embargo a veces resulta poco práctica, ya que en ocasiones se producían auténticos atascos en las entradas de las habitaciones y resultaba bastante complicado detenerse a observar la obra con detenimiento.
En Room Art Fair sabes lo que valen las obras. Fue la primera vez en la que realmente vi listas de precios, e incluso obras etiquetadas con su valor. Al parecer, España es un país en donde no es habitual la exhibición de precios en galerías y ferias, quizás por cierto pudor, o por mantener la privacidad de la transacción entre galerista y comprador. En cualquier caso, este hecho determina de manera significativa el perfil del comprador; los precios eran asequibles, y el público asistente muy joven. El precio de la entrada, 5 euros -menos que una sesión de cine de sábado o que un par de cervezas en el centro de Madrid-, también contribuía a la asistencia de un comprador joven, de un coleccionista incipiente, o de los simples curiosos.
Me gustó la idea, me gustó el ambiente. Pero debe tener cuidado Room Art Fair de no convertirse en un mero mercadillo artístico. La atención y profesionalidad de los galeristas era muy desigual; por ejemplo, no puede ser que un posible comprador entre en una habitación y el encargado del stand ni te mire porque está ocupado con Facebook en su ordenador. O que escuches mientras evalúas la obra del stand una conversación vulgar salpicada de tacos. Y es que no se puede confundir el desenfado con la falta de seriedad. En ese sentido, es la feria en la que había más desigualdad entre galeristas. Y no me refiero única y exclusivamente a obra en esta ocasión.
Los formatos de las obras eran muy variados: pequeñas postales, litografías, fotografía, instalaciones, delicados dibujos a lápiz, ilustración inspirada en el cómic. Room Art Fair es una feria verdaderamente joven y honesta; aquí sí que se percibe un impulso creativo veraz, una necesidad de expresión y de comunicación. Entre los destacados, el bello trabajo de origami en tela del artista sudafricano Pierre Louis GeldenHuys (Econmunicam, Valencia), la muy potente propuesta de objetos de la galería madrileña Mad is Mad, y sobre todo, una de los mejores planteamientos de la semana: la galería gallega Bus Station Space, que presentó de manera muy inteligente a tres artistas de gran calidad y diversidad, destacando especialmente la pintora Yolanda Dorda. Su contundencia de trazo es abrumadora. Para no perdérsela.
DRAWING ROOM: EL RETORNO DEL DIBUJO
Ya lo había ido constatando en las cinco ferias anteriores: junto con la pintura, el dibujo regresa con fuerza al panorama artístico contemporáneo. Y con excelente calidad, como se pudo ver en esta deliciosa feria, una de las más bellas que vi. Con apenas 20 expositores y gran afluencia de público, Drawing Art supuso un maravilloso broche de oro a mi particular semana del arte en Madrid.
Drawing Room no era una feria exclusiva del grafito, sino que además del lápiz y el papel, se recogían otras fórmulas, como el uso de distintas tintas, el carboncillo, el rotulador, la témpera; soportes cotidianos y sencillos que dan una sensación al espectador de rapidez y honestidad en la plasmación de ideas y conceptos. Vimos mucha verdad en estas pequeñas grandes obras. En la galería ADN de Barcelona nos contaban que su artista, Abdelkader Benchamma, tiene tal velocidad de ejecución que puede permitirse el lujo de usar tintas convencionales: un simple Pilot le es suficiente. Bellísima la obra del artista chino Zhao Lu, de Shone-Show Gallery, de Pekín; una mezcla perfecta de la tradicional aplicación de tinta con pincel sobre papel de arroz, y un mensaje contemporáneo. Zhao Lu me regaló uno de los momentos más emotivos de la semana; tras saber que una coleccionista iba a comprar uno de sus dibujos, la abrazó emocionado y le dijo en un rudimentario inglés: “Quizás no nos entendemos con las palabras, pero nos entendemos en el arte”.
Y podría seguir hablando de los artistas de esta feria, porque la variedad de conceptos y mensajes creativos fue amplísima y muy sugerente. Resulta curioso que fuera precisamente esta feria, basada en algo tan clásico y tradicional como el dibujo, una de las más innovadoras que visité. Ello reforzó las sensaciones de mi visita a ARCO: lo importante en el arte contemporáneo sigue siendo tener algo que decir.
Imposible no destacar el impacto visual de la obra del artista santanderino Javier Arce, de la galería Siboney. El soporte, el papel; el pigmento, su propia sangre. El tema de la obra expuesta se centra en la construcción del túnel de La Engaña por parte de presos franquistas. La sangre no puede ser más simbólica en unos dibujos de trazo rotundo y veloz, que recuerda a la acuarela. El pequeño dibujo se convierte así en un instrumento eficaz del arte más social y reivindicativo.
A MODO DE EPÍLOGO
JUSTMAD7 presentaba en esta ocasión a los premiados de la Asociación EX, de arte electrónico y experimental. Y unidos a ellos, la galería valenciana Punto presentaba una serie de artistas en la misma línea creativa, contando con la presencia de Solimán Pérez, que tuvo a bien explicarnos dos de sus obras, ambas relacionadas con lo electrónico pero de un marcado carácter conceptual.
Una de sus obras que más llamó mi atención fue un pequeño bloque de cemento adosado a la pared. En su interior, y a través de una pequeña ventana transparente, podía verse una tarjeta de memoria SD. Solimán Pérez aseguraba que en esa tarjeta se encontraban recogidos datos digitales; dejaba en manos del coleccionista la destrucción de la obra para acceder a ellos, por considerar quizás que la verdadera obra estaba en el interior de la tarjeta SD, o por el contrario, mantenerla intacta.
Desde mi punto de vista, esta obra se convierte en una metáfora del arte contemporáneo y del mundo de las ferias del arte. Entre artista y coleccionista se establece una relación de confianza, un vínculo basado en la comprensión y valoración que el comprador hace de la obra, o quizás en este caso, de una idea. ¿Quién pone precio a esa relación? Aquí entra en juego la figura del galerista, intermediario entre ambos. Así, el galerista es también depositario de otra relación de confianza con el artista: la de creer que su obra es realmente un producto interesante para el mercado, del que puede sacar beneficio, tanto económico como de prestigio. Se consolida de este modo un verdadero triángulo amoroso, sin cuyos vértices el mercado del arte no puede entenderse.
Del arte contemporáneo siempre se extrae el hecho inequívoco de que el gusto estético no es único. Mucho se habla de los precios desorbitados que alcanzan algunas obras contemporáneas, pero a nadie le extraña que un Van Gogh alcance cifras astronómicas en una casa de subastas. El criterio sigue siendo el mismo: el valor que da el comprador o coleccionista al producto artístico.
Lo que el público general piense sobre este romance entre artista y coleccionista, con el galerista actuando de hábil celestina en sus amoríos, carece de importancia.