“La gran regla: emplear todas las fuerzas y hacer cosas que parezcan hechas sin esfuerzo alguno”. Estudio de dos figuras. Miguel Ángel
El gran genio florentino dominó las diversas técnicas artísticas de la época, conoció a nueve papas en sus nueve decenios de vida y vivió muy pobremente a pesar de disponer de riquezas, porque su espíritu estaba en otros mundos, en las esferas artísticas, donde lo importante es crear. Nos dejó unas maravillosas muestras de su talento y de su fuerza creadora. Dos biógrafos dirigen su mirada hacia esta potentísima figura: Emil Ludwig, un clásico y, más actual, Antonio Forcellino. Dos frescos narrativos de un siglo y de un país maravilloso: Italia renaciendo.
En las obras de Ludwig el grado de reflexión y análisis de los hechos históricos alcanza un nivel desconocido hasta principios del siglo XX. Trata de desmitificar al genio y situarlo al nivel del individuo, descubrir su alma y su personalidad, sus debilidades y sus grandezas, todo ello acompañado siempre de un material de gran valor documental. Ludwig es más un periodista y biógrafo generalista, no un especialista en arte, como lo es Antonio Forcellino, que por su parte abunda en descripciones técnicas interesantísimas para los amantes del arte, que sin embargo no son farragosas para los legos en la materia, sino más bien didácticas; así como apoya sus recreaciones de la vida del artista en numerosas cartas y documentos, que nos presentan como distinto el enfoque que hasta ahora se ha sustentado sobre él. No nos proporciona, pues, Ludwig demasiados detalles técnicos de su obra, pero sufrimos cuando un compañero le desfigura la nariz de un puñetazo, sentimos los golpes sobre la piedra de donde surgirá el David, de un solo bloque, nos sentimos impresionados con él cuando viaja a las canteras de Carrara para elegir los mármoles para la tumba de Julio II. Lo cuenta así Ludwig:

Estudio de puertas y ventanas Biblioteca Laurentiana.
Canteras de Carrara.

Permaneció allí durante medio año. En cada bloque que elegía veía dormida una de las cuarenta figuras (…) allí mismo, sobre el lugar, empieza a esculpir los contornos de alunas figuras. (…) Proyectando y buscando mármoles, vive en aquella montaña con dos criados y una mula hasta el otoño, rodeado de figuras que nadie ve, hablando con profetas y genios que nadie oye, como prólogo de una época de gloriosos sueños. (…) Este será para siempre el verano más dichoso en la vida de Miguel Ángel.
Miguel Ángel era un genio, pero, puntualiza Forcellino, también un hombre, con sus defectos, miserias, esperanzas y deseos. Un hombre plenamente renacentista: inmerso en la vida de su ciudad, Florencia, floreciente de arte, desbordante de ideas nuevas filosóficas y políticas, patria de Maquiavelo, del terrible Savonarola, y de los contradictorios y temidos Médicis, así como de Roma, donde tantos años pasó trabajando, al servicio de diversos papas. Al genial pero conflictivo artista Miguel Ángel Buonarotti le miramos con Forcellino desde una perspectiva novedosa; revivimos la historia italiana, la época vivida por el artista, una época turbulenta, de luchas, conspiraciones, alternancias políticas constantes, pero a la vez, de enorme proliferación artística, un hervidero de grandísimos autores, muchos de ellos polivalentes, como es el caso de Miguel Ángel, que lo mismo pintaban, que esculpían o proyectaban un edificio.

Estudio de portada muralla de Adriano en Roma.
Los personajes elegidos por Ludwig son hombres solitarios, movidos por una especie de fuego interior que alimenta sobradamente su vida. Su aislamiento no es tampoco por rechazo social, sino que implica una consagración a ideas o proyectos que trascendían los afanes de orden material, considerando su realización algo así como una motivación imperiosa que les determinaba. Cuando narra el proceso de realización de la Capilla Sixtina, resalta el detalle de la escena de la Creación: cómo Miguel Ángel modifica la representación tradicional de la creación del hombre por el soplo divino, y lo sustituye por la mano divina, en esa imagen única en la que del roce de los dedos salta la vida. Y nos habla de sus tensiones con el papa, siempre presionándole para que acabara y el artista siempre refrenándole y requiriendo sus pagos.

Estudio para la Piedad de Colonna.
Estudio alma condenada.

Cuenta Ludwig que el artista apenas dibujaba con modelos, sino que más bien estudiaba los cuerpos sobre cadáveres, y distorsionándolos, los engrandecía a voluntad, dándoles, al modo griego, unas características ideales, platónicas, por lo que todas sus figuras guardan un cierto parecido entre sí, un aire de familia. Cuando realiza las seis grandes figuras para el mausoleo de los Médicis en San Lorenzo, de Florencia, sorprende con las descripciones del Ocaso, la Aurora, el Día y la Noche: “seis sueños de un alma solitaria que huye de la humanidad y teme a los dioses”.
Estudio de figura batalla de Casquina.

El drama de su vida era su terrible carácter: terco, perfeccionista, belicoso, insoportable para los que le rodeaban, haciendo del arte una pasión incontrolable, que le llevaba a aceptar y acumular encargos que sobrepasaban sus fuerzas y sus posibilidades, pero inasequible al desaliento que a temporadas le invadía, ante la avalancha de reclamaciones por obras no terminadas, compromisos incumplidos, originados en parte por los vaivenes políticos y en parte por sus propias oscilaciones, la competencia con otros artistas geniales como Rafael, o Bramante, los incontinentes deseos de crear, de hacer surgir de la piedra o de los muros aquellas figuras impactantes, aquellos hombres musculosos, aquellos jóvenes fuertes y exuberantes, aquellas mujeres andróginas, aquellas formas artísticas, en suma, que anunciaban una nueva época en el arte, una nueva manera de hacer, un nuevo enfoque de motivos, una vuelta al clasicismo pagano, y a la vez un resurgir del humanismo, el hombre como centro del universo, la humanización de lo divino. Su genialidad radica en la creación de nuevas formas artísticas y de nuevas maneras de crear arte. En hacer lo que aún no se había hecho, en pretender lo imposible.
Forcellino narra las etapas florentinas de Miguel Ángel, al principio sirviendo, muy joven, al gran Lorenzo el Magnífico, que sabía descubrir cuándo se hallaba ante un gran artista. Después de su huida de Florencia tras la caída de los Médici, vuelve y realiza el David, obra que constituyó el símbolo de la pequeña república enfrentada contra el Goliat representado por Roma y el Imperio de Carlos V, por un lado, y la potencia francesa por otro, todos ellos tratando de hacerse con Florencia. También de esa época es la realización de la primera Pietá, que hoy se encuentra en San Pedro.
Refiriéndose a la talla de los Esclavos, Ludwig usa palabras de gran belleza:

Estudio de cabeza de sátiro.
…en aquellas figuras talladas con su escoplo de un bloque de mármol primitivo, logró crear un hombre que flota entre tierra y cielo, en el círculo encantado de la noche y la luz, encadenado a la tierra y atraído por las estrellas, un ser que puede amar y que tiene que morir: el eterno esclavo.

Estudio de desnudo.
Cuenta después cómo Miguel Ángel se enamora a los 58 años de Tommaso Cavalieri, de 16, cómo se apasiona, platónicamente, según Ludwig, y vive las dichas y desdichas del amor. Y le llama “erótico fuego griego que prende el joven romano en el hombre viejo, enfermo y melancólico”, escribiendo sonetos y poemas apasionados. Forcellino, sin embargo, trata muy sutilmente el tema de su orientación sexual, porque Miguel Ángel era, sobre todo, un genio; el hecho de preferir la compañía masculina es una simple anécdota en una persona de fuerza y vitalidad creadora excepcional, que concentraba su vida en su trabajo artístico.

Estudio de retrato de Andrea Quaratesi.

Croquis de las fortificaciones de la puerta del Prato en Florencia.
Forcellino relata cómo es reclamado en Roma por el papa Julio II, el papa guerrero, que le convence primero para que construya su tumba, obra que le durará casi toda su vida, puesto que la abandonaba y retomaba según las circunstancias. Julio II le convenció, además, para que pintase los techos de la capilla Sixtina, a él, un escultor que apenas había pintado y que no conocía la técnica del fresco. Y a pesar de todo, lo hizo, ¡y cómo! Al morir Julio (que era un Della Rovere) y ascender al papado un Médici, Miguel Ángel volverá a Florencia, y es entonces cuando acaba por realizar las maravillosas figuras del Mausoleo de los Médici en la iglesia de San Lorenzo. En esa etapa diseña también las murallas defensivas de la ciudad, atacada por los ejércitos imperiales, por los franceses, por la Liga italiana… Miguel Ángel desata una frenética actividad a favor de la República.

Estudio de Adán.
Más tarde retornará a Roma, donde los Della Rovere le reclaman que siga con la tumba juliana, y le es encargado el fresco del Juicio final, en la Sixtina, más sorprendente si cabe, y que pinta prácticamente solo, ya que sus ayudantes no soportaban mucho tiempo con un jefe tan puntilloso y terco. Forcellino analiza aquí las importantes innovaciones que representa su pintura, en unas reflexiones muy interesantes:
Estudio Tumba de Julio II, primera versión.

Los problemas con los que había lidiado desde lo alto del andamio eran artísticos, no teológicos. (…) Una vez más, triunfaba en su pintura el clasicismo, entendido como prioridad absoluta del cuerpo humano sobre cualquier otro lenguaje simbólico, y la fuerza de aquel sentimiento se impuso, devorándola, a la función didáctica de la pintura. (…) El éxito de toda la pintura dependía de la perfección y la verdad de los detalles anatómicos y de las relaciones espaciales.
Respecto al carácter de Miguel Ángel, Ludwig nos lo describe también como huraño, independiente, desconfiado, desengañado de todo y de todos, únicamente seguro de sus propias fuerzas y sus propias ideas, lo que le hace parecer orgulloso, y en cuanto a sus preocupaciones económicas y sus eternas reclamaciones de dinero a sus mecenas, no son por avaricia, sino porque piensa que su trabajo ha de estar bien pagado, porque lo vale, y además está su preocupación por su familia, a la que quiere hacer salir de su estatus y elevarla a una categoría superior, patricia, de la que se supone que descienden; y para ello necesita dinero, mucho dinero, y acepta muchos encargos que luego no puede cumplir, y toda su vida se ve amargada por esta eterna polémica. Y en la última etapa de su vida acepta el encargo de acabar la basílica de san Pedro y el escultor-pintor se acaba por convertir en arquitecto también. Rechaza colaboraciones, requiere mando absoluto, se atrae la envidia y el odio de muchos… y se gana el honor y la gloria de esa maravillosa cúpula, que supera a la florentina de Brunelleschi.

Estudio Tumba de Julio II, segunda versión.
Llegamos a la etapa más penosa de la vida de Miguel Ángel: la que comienza con su tardío enamoramiento y las relaciones con el grupo de Vittoria Colonna y sus Espirituales, sospechosos de herejía; asimismo, la finalización de la tumba de Julio II con el magnífico grupo escultórico dominado por la espléndida figura del Moisés. Vuelve a la pintura al fresco con la Capilla Paulina, donde realiza asimismo innovaciones muy novedosas y que le acarrearon posteriores censuras religiosas (los famosos calzones, pintados posteriormente para tapar las partes pudendas). Y finaliza su vida, marginado y acosado por los contrarreformistas y la Inquisición, esculpiendo dos impresionantes pietás de una fuerza y contemporaneidad impresionantes.

Emil Ludwig, seudónimo literario de Emil Cohn, (Breslau, entonces Alemania, 1881 – Moscia, Suiza, 1948) pertenecía a la alta burguesía judía, estudió Derecho e Historia en varias ciudades europeas. A partir de 1906, dejó la empresa familiar en la que trabajaba para dedicarse definitivamente a la literatura, trasladándose a Suiza. Durante el periodo de la I Guerra Mundial escribió para el periódico Berliner Tageblatt desde diversas capitales europeas. En 1940 emigró a EEUU. Tras el fin de la II GM, volvió a Alemania como periodista, descubriendo los ataúdes de Goethe y Schiller, que habían desaparecido de Weimar entre 1943 y 1944. Regresó a Suiza tras la guerra, donde falleció. Tras la guerra, su obra tuvo una gran difusión, ya que había desarrollado un nuevo género biográfico, de marcado carácter psicológico en la recreación de grandes personajes.


Antonio Forcellino (Vietri sul Mare, 1955), gran especialista en el arte del Renacimiento, tuvo a su cargo la restauración del Moisés de Miguel Ángel y el Arco de Trajano. Autor de numerosos estudios sobre la obra de Miguel Ángel, Rafael, Leonardo, y sobre la Capilla Sixtina en particular, que, a raíz de su reciente restauración, nos ha hecho cambiar tantos conceptos sobre su autor y su trabajo.
