Estás hablando o durmiendo. Cambias el gesto, la respiración, el tono de tu voz; bajo el sol o en penumbra, da igual. Nada es extraordinario, y sin embargo durante un momento tu mirada se ha congelado lejos de ti, tu gesto ha hablado por sí mismo y tu sombra se ha levantado como otro hombre. Nadie lo ha notado, tú no lo has visto y sin embargo… clic. Julio Zadik lo ha visto todo y veloz ha extraído tu esencia, lo más escondido y desnudo, una imagen de tu alma asomada al mundo durante un segundo. Esa colección de segundos atrapados cuelga ahora de las paredes del Pabellón Villanueva en el Real Jardín Botánico de Madrid, para que tú los veas y en uno de ellos te reconozcas.
Como tú, miles de hombres o mujeres no sabrán nunca que fueron como fueron, sin la cámara de Julio Zadik, el litógrafo guatemalteco que en sus ratos libres decidió congelar almas. Vivió al acecho de lo inesperado, de lo genuino, y si no lo encontraba lo arrancaba del sujeto que tenía delante. Pero no solo acechaba, también construía belleza, encuadres inesperados; hacía hablar a los borrachos, al viento, a unas vallas de madera o a las sombras en el agua.
Biografía
![Julio Zadik: biografía Julio Zadik: biografía](https://latorredemontaigne.com/wp-content/uploads/2015/08/Obra-5-e1440089172819.jpg)
Julio Zadik perteneció a una generación guatemalteca que en los años cincuenta produjo una obra ingente y de una calidad que no habría de repetirse hasta finales de los años noventa del pasado siglo. Estudió fotografía en Nueva York, en 1935. Tras un éxito fulgurante, que le llevó en 1949 a exponer en la Exposición Internacional de Fotografía Latinoamericana, en EEUU, a mediados de la década de los sesenta se retiró voluntariamente durante los siguientes cuarenta años, hasta su muerte. Nunca dejó de tomar fotografías. Viajó por Guatemala, por el mundo entero, capturando instantes únicos que desnudaban lo intangible, ya fuera el alma de personas o el espíritu de animales, insectos, paisajes o cosas. Su legado, de más de 35.000 fotografías que están siendo sacadas poco a poco a la luz, lo está situando en la cúspide de la fotografía latinoamericana y, en la concepción de la fotografía como expresión artística anclada en la realidad, en la cúspide de la fotografía mundial de su generación, codo con codo con Cartier-Bresson y otros.
![Julio Zadik: biografía Julio Zadik: biografía](https://latorredemontaigne.com/wp-content/uploads/2015/08/Obra-12.jpg)
El legado de Zadik
![Julio Zadik: el legado de Zadik Julio Zadik: el legado de Zadik](https://latorredemontaigne.com/wp-content/uploads/2015/08/Sala-entrada.jpg)
Entrada a la muestra sobre el legado de Zadik en el Pabellón Villanueva, en el Real Jardín Botánico de Madrid. PHotoEspaña 2015.
Julio Zadik no solo fotografiaba almas. La variedad de sus motivos es sorprendente. Todo le interesaba, de cualquier situación o sujeto extraía su esencia y la vestía con su mirada única. No fue indigenista, costumbrista o documentalista, y sin embargo gracias a sus fotografías penetramos en la vida sencilla de la naturaleza de su época, en el pulso de las ciudades y en el latido de sus habitantes. La fotografía fue su forma de vida, su manera de interpretar el mundo y traducírnoslo. Mirar el mundo a través de los ojos de Zadik es verlo en su más prístina desnudez cubierto por una pátina de belleza y empatía que el tiempo aún no ha podido borrar.
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Naturaleza fotografiada por Zadik.
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Zadik desnudaba al indio y al occidental, al músico, al pueblo y a la ciudad en ebullición. A la naturaleza, a las ruinas o al viento. Si paseaba por un parque veía lo que nadie veía; paraba en seco durante un segundo, encuadraba y fotografiaba las sillas y sus sombras como las vemos en la fotografía. Observaba la realidad en toda su amplitud, no como la vemos nosotros, ciegos ante la luz, sino con sus bordes y sus sombras, conduciéndola al interior de nuestras consciencias a través de su cámara.
Si veía un grupo sabía cuándo fotografiarlo, como este de la fotografía. Qué extraordinaria intuición. Que la falda de la señora se levante cuando Zadik fotografía, o viceversa, es irrelevante y natural. Pero observa el encuadre; la viveza y el movimiento que otorgan a la fotografía las líneas de la valla. Todo ha sido compuesto con inusitada rapidez, enfocado de manera instintiva con la excusa de tomar una falda que vuela. Clic. Eso es lo que hace funcionar a la fotografía, la mirada de Zadik, no la pierna. Y además, claro, Zadik nos ofrece la mordida del viento en la mujer.
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Al aire -pocas veces mejor dicho- de esta fotografía, nos vino a la cabeza mientras paseábamos por la sala el texto de Lorca, «Preciosa y el aire», un maravilloso poema en el que el viento le levanta la falda a la niña y esta corre asustada a refugiarse en casa de los ingleses mientras el viento ruge. Una muestra más de que los creadores se fecundan entre sí sin necesidad de conocerse.
Preciosa y el aire
Federico García Lorca
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.
*
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
*
Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
*
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
La muestra. Nuestra visita.
Una de las ventajas de la visita a la exposición es el paseo obligado hasta el Pabellón Villanueva a través del Jardín Botánico, que abre la mirada. En la muestra, el blanco y negro de las fotografías armoniza con el blanco de las paredes y hace lucir las simetrías de la obra colgada. La sala es amplia y se abarca en un vistazo, como se ve en nuestras imágenes. Caminar junto a las capturas de Zadik, saber de su rescate reciente, de la admiración de nuestra época por su legado ayuda a situarnos frente a su talento.
Pocos fotógrafos congelan a los niños frente a sus obras. Fuimos testigos de un pequeño grupo de ellos que se alzaban sobre sus pies y comentaban las fotografías para los adultos, todos parados de improviso por la fuerza de las fotografías y la espontaneidad de los comentarios.
Durante nuestra visita no vimos otra cosa que fotógrafos. Visitantes con una cámara encima. Zadik es un fotógrafo para fotógrafos.
Mientras contemplábamos las fotografías y mirábamos de reojo a los visitantes, mientras medíamos instintivamente la luz, nos preguntábamos si fotografiando aquella pareja, estos niños o la soledad sobrevenida entre las fotografías conseguiríamos transmitir la nitidez de la muestra y nuestra sorpresa y admiración ante las obras de Zadik.
Clic.