Ya te cimbrees indolente una tarde de verano o te sorprendas inmerso en una revolución, las mujeres o los hombres que se te han metido en la piel no te dejarán descansar nunca. El temblor que despiertan sus miradas y las luces y las sombras que saltan de sus pieles al fuego las conocía muy bien Alberto Korda, el fotógrafo cubano que mezcló en su cámara las mujeres de su vida con las mujeres de la revolución. Esa mirada está expuesta hasta el 6 de Septiembre en el Museo Cerralbo, en Madrid, inscrita en el Festival PHotoEspaña 2015.
Antropólogos en el gallinero
Solo tres, cinco, diez fotógrafos arrojan una larga sombra.
Man Ray, Capa, Cartier-Bresson ampliaron el universo técnico y expresivo del arte fotográfico. Otros fotógrafos, grandes fotógrafos, simplemente ejercen su mirada sobre el mundo construyendo un documento sobre el animal humano, sobre los miembros del mismo gallinero que el fotógrafo habita. Son antropólogos que no necesitan atravesar cordilleras para encontrar pueblos o miradas perdidas, antropólogos con una cámara y un foco de luz: fotógrafos con una mirada propia.
Algunas de estas miradas son crueles, directas o desoladas sobre lo que les rodea, como la de Paul Strand, otras cómplices o festivas, como la de Garry Winogrand, o iluminan la dignidad de los personajes que fotografían, como la de Martín Chambi, por hablar solo de algunos de los fotógrafos cuya obra se exhibe actualmente en Madrid. Otras miradas, en cambio, tienen al sujeto de sus fotografías como su razón de ser y de estar en el mundo, confluyendo en ellas los deseos del fotógrafo y sus obsesiones, el arte fotográfico y la vida, como la mirada que sobre las mujeres ejerció Alberto Korda.
Hemos estado en el museo Cerralbo. Hemos visto sus fotografías de mujeres enclavadas en un entorno bello. Las hemos fotografiado, fotografías dentro de fotografías, belleza en la cáscara que cubre la belleza, y el resultado es una llamada a los ojos que caminan por la calle para que paren y vean, para que entren y recompongan las escenas y la vida que pugna por salir de las fotografías, que no son sino cuadros en rendida admiración ante la belleza y el deseo de las mujeres de Alberto Korda, el fotógrafo de la revolución cubana.
Vida y obra de Korda
Inicios Korda.
El gusto por la mujer y por la fotografía le comenzó a Korda de pequeñito. La primera mujer que fotografió fue Yolanda, su novia de juventud, intentando simular las sesiones y posados que publicaban las revistas de la época, siempre de fuera de Cuba. Tendría 16 ó 17 años, y para ello cogió prestada a su padre su cámara Kodak 35, hasta que algunos ahorros le permitieron comprarse su primera cámara en una Casa de Empeños. De Yolanda sólo se conservan unas diapositivas malgastadas, pero es sabido que le dedicó un álbum entero.
Todavía como fotógrafo amateur fotografió a Julia López, con quien se casó en 1951, año en el que también nació su primera hija, Diana. En sus viajes comerciales, pues Alberto por entonces era representante, la retrató insistentemente. Podemos verla en la fotografía de la izquierda.
Julia fue su primera modelo, aún no profesional. Estas primeras fotografías nunca fueron publicadas en las revistas, sino que quedaron en el ámbito familiar. Con Julia, Korda ensayó poses, ángulos y luces, que luego le caracterizaron como uno de los mejores fotógrafos de moda de la época.
Ya como fotógrafo profesional, Julia, al igual que su hija Diana, sirvió de modelo para algunas de sus primeras campañas publicitarias hasta que se separaron en 1956. Fue su primera etapa como fotógrafo de publicidad.
En 1954 Alberto ganó un concurso al realizar una campaña para una compañía de seguros. El premio fueron 500 pesos y un pequeño local donde fundó su primer estudio de fotografía –Korda Studios-, junto con Luis Pierce Byers.
Studios Korda. Sus modelos.
Los Estudios Korda fueron un éxito desde el principio. Se convirtieron en un centro generador de ideas más allá del mero encargo, lo que les diferenció de inmediato en un ambiente publicitario tan competitivo.
Alberto se reservó siempre las campañas que implicasen retratar a mujeres. En ellas desarrolló toda su creatividad, vanguardista pero inserta en el lenguaje de la fotografía de moda internacional que aprendió de revistas como Vogue o Harper’s Bazar.
Sin embargo, mantuvo también una actitud transgresora para los cánones de la época, al poner en contraposición la belleza femenina y lugares poco habituales como paisajes en decadencia. Trabajó la luz de exteriores de manera excepcional.
La mayoría de estas imágenes fueron publicadas por la revista cubana Carteles, acompañadas por textos escritos por Guillermo Cabrera Infante, que enfatizaban su carácter narrativo.
Pero en los Studios entraban y salían modelos dispuestas a recibir el «toque» Korda: las enseñanzas y los riesgos que tomaba Alberto. Muchas de sus mejores fotografías las realizó a estudiantes que encontraba en la calle o que aparecían por los estudios, a algunas de las cuales enseñó y convirtió en modelos muy populares de Cuba, como a la alta y esbelta estudiante de la Escuela Americana en La Habana, Nidia Ríos. Ambos fueron creciendo y aprendiendo trabajando juntos.
Al poco, Alberto conoció a la modelo Natalia Magali Méndez Ramírez, Norka, y formó con ella la pareja emblemática de las fotografías de moda en Cuba. Norka era una mujer delgada de gran estatura y curvas clásicas, de piel muy blanca y ojos claros. Se casó con ella y fue la madre de dos de sus hijos. Fue su musa y modelo favorita.
La revolución
En enero de 1959 triunfó la Revolución.
La moda y la publicidad empezaron a ser vistas como reminiscencias burguesas pertenecientes al pasado, por lo que poco a poco dejó de ser una fuente de ingresos para modelos y fotógrafos. Pero Alberto Korda no se casaba con sus modelos porque sí, sino que convertía en modelos a las mujeres que amaba. Y él amaba la revolución.
Cuando Fidel entró en Cuba, Alberto comprendió que la revolución había llegado a él, y él la iba a enseñar a posar como solo se enseña a quien se ama. Fotografió a Fidel, a Guevara, a milicianos y a dignatarios, pero su interés estaba en las mujeres, y cuando el trabajo del estudio comenzó a ser casi inexistente, Korda salió a la calle a ver despuntar a las mujeres entre la gente, en los desfiles militares, en los mítines políticos, en los comités de lectura, en las calles llenas de esperanza. Korda disparaba y las milicianas de inmediato destacaban sobre el fondo, de entre la compañía o el grupo convirtiéndose en el punto focal de la fotografía. Sucedía de manera natural.
Alberto Korda puso caras a la revolución, fotografió las miradas de determinación y esperanza de mujeres jóvenes como la de la fotografía que acompaña a este texto, miradas entregadas al futuro y a la causa, sea esta entrega personal o espiritual. Alberto se convirtió en los ojos de la revolución.
Acompañó a Fidel durante los primeros diez años. Sus fotografías son historia de Cuba, hoy historia del mundo. Pero al cabo de ese tiempo, como parte de una operación contra los negocios privados, los Studios Korda fueron intervenidos y sus negativos requisados. A instancias del propio Korda se salvaron los que documentaban la revolución. De los demás, nada se sabe.
A partir de entonces Korda se dedicó a la fotografía submarina, siendo de nuevo el precursor de esa especialidad en Cuba.
Nunca dejó de fotografiar mujeres.
La exposición
«Korda, retrato femenino», es la exposición comisariada por Ana Berruguete que se ofrece al público en el museo Cerralbo. Consta de sesenta fotografías en blanco y negro seleccionadas de entre las de su época en Studios Korda y las de su época dedicada a la revolución, además de la última serie fotografiada en Brasil antes de morir en París. Solo se muestran fotografías de mujeres.
La visita.
Aparecimos por el Museo Cerralbo a primera hora. Nos recibieron y nos acompañaron a recorrer la exposición mientras nos explicaban la historia detrás de cada serie de fotografías. Cuando por fin nos quedamos solos, caminamos por la sala en silencio, mirando a placer cada fotografía, los encuadres, las iluminaciones, intentamos revivir la época y el momento preciso en que cada una de ellas fue tomada, la inseguridad de la modelo, las dudas de Alberto Korda antes de disparar, el encuadre frente al grupo de milicianas. Poco a poco fuimos retrotrayéndonos a la década de los años cincuenta del siglo pasado, rodeados de mujeres bellas y del olor a pólvora de la revolución.
Luego fuimos tomando, una a una, fotografías de las fotografías de Korda, sin traicionar su espíritu y encuadrándolas en la preciosa sala donde se exhibían.
Se exponen fotografías de 1952 a 1960, más las últimas fotografías que Korda tomó antes de morir. Una buena parte de su obra aún se encuentra intervenida por el gobierno de la revolución.
Diana Ruiz, nacida de la fotografía
A Julia López y a Alberto Korda los unía el gusto por los viajes, el gusto por las carreras de coches y el gusto por la fotografía. De su unión nació su hija Diana, depositaria de su legado y que asistió a la inauguración de la exposición de obras de su padre. Su madre figura en las primeras fotografías que reciben al visitante, ambos como modelo y fotógrafo amateur. No es de extrañar que Diana, en el espacio de la exposición, se encuentre como en su casa. Charlamos con ella un rato.
La fotografía.
Es caprichosa la naturaleza. A menudo implanta en seres incomprensibles, sin gracia, preparación o mérito la llama inmortal del genio o el chispazo de una mirada nueva sobre el mundo, como hizo con Mozart, muchos poetas o Napoleón. Otras, en cambio, en naturalezas cultivadas en entornos idóneos para el florecimiento de la creación artística, implanta el deseo de tirar para otro lado y vivir una vida distinta a la de su entorno, y el sujeto ofrece la espalda. Ese fue el caso de Diana Díaz, hija de Korda, nacida entre focos y cámaras y viviendo de espaldas a ella. «Fui modelo con mi madre cuando era niña, e hice anuncios para niños, cosas así, pero jamás me tentó la fotografía. Solo uso una pequeña cámara en modo automático cuando viajo, como cualquier turista».
Pero caprichoso es también el destino. A la muerte de su padre, Diana asumió los derechos de su obra, y desde entonces se muestra incansable divulgando su trabajo por el mundo. «Organizamos exposiciones en cualquier lugar. Corea Del Sur, Portugal, Francia, España. En La Habana pocas porque mi padre allí es muy conocido, aunque alguna sobre sus fotografías submarinas sí hemos organizado, y ha gustado mucho».
El legado.
Cuando en 1968 la revolución intervino Studios Korda y se incautó del material y negativos de Alberto Korda, una parte de la historia de Cuba estuvo a punto de desaparecer. El propio Alberto llamó a Celia Sánchez, secretaria de Fidel, para alertarla y pedirle que se ocupara de salvar las fotografías y negativos que había estado tomando junto a Fidel durante diez años y que documentaban la revolución desde dentro. Esos negativos fueron salvados, y quedaron depositados en la oficina de Asuntos Históricos de Cuba. El resto de la obra no interesó, y a día de hoy no se sabe está. «Llegaron personas sin conocimiento de fotografía y sin cultura alguna. Intervinieron todo lo que había en los estudios. Pienso que lo que no interesó se encuentra en alguna caja perdida sin el nombre de «Korda» sobre la tapa, por eso no se ha encontrado. Algún día aparecerá».
«Nunca fui consciente de la importancia artística de la obra de mi padre, la he descubierto después de su muerte, cuando asumí su legado, y todavía me emociono mucho. Promocionar su obra me está procurando muchas alegrías y muchos amigos. Pero por mucho que yo haga, siempre repito lo mismo, yo solo soy el candil que sostiene la vela; la luz que ilumina es la de mi padre».