Luis González Palma es un arquitecto y fotógrafo guatemalteco reo de la belleza. Pero no de una belleza fresca o ligera como la que atrapó a Mozart o a Botticelli, sino de una oscura y rotunda como la que sedujo a Dante o a Goya; su obra es lenta y profunda, y en sus imágenes destila reminiscencias de su pasado, del pasado de su continente y del mundo habitado por los muertos americanos, vivos aún en sus vidas de muertos. PhotoEspaña 2015 nos lo ofrece en la Fundación Telefónica.
La exposición retrospectiva sobre la obra de González Palma en la Fundación Telefónica (PhotoEspaña 2015) es un santuario en penumbra. Delicadamente iluminadas, las obras emergen de las sombras y rondan al paseante con una mirada directa y callada, como la de un amigo o familiar muerto que volviera a contar algo pendiente.
La luz que emana de las obras es la luz dorada que al atardecer se posa sobre las azoteas y tejados en cualquier lugar del mundo; el lenguaje en el que Palma habla es el silencio. En cada obra acecha una mirada, una presencia que pregunta al paseante sin abrir la boca. ¿Qué nos ha atrapado a ti y a mí en esta indefinición y en este silencio?
En la obra de Palma palpita el corazón americano. No es un fotógrafo indigenista y sin embargo en sus creaciones desnuda de forma impúdica el alma, el corazón y el cuerpo del nativo americano. Despieza su fragmentada cultura en busca del sustrato americano. Mezcla materiales de alta gama como el oro con el hilo, la resina o el betún, y elementos contextuales de muy diversa índole: el barroco europeo, la memoria o el silencio.
Luis González Palma lleva insistiendo en sus mismas obsesiones creativas durante años. La mirada desde el fondo de la sala, esa presencia incómoda que destilan sus obras, el caleidoscopio identitario americano, la penumbra, lo incierto o inasible, los ausentes, los iconos religiosos incrustados por Europa en la cultura americana, la violencia, el miedo o el inestable descanso posterior a la muerte.
Si nos fijamos bien, los personajes de las fotografías de Palma no hacen nada, no llevan a cabo acción alguna, solo miran en silencio. El artista busca la belleza en sus modelos y la nobleza en sus materiales; el suyo es un discurso elitista. Toda su obra está atravesada por la lentitud y la melancolía. La concepción de sus planteamientos visuales es elegante y compleja.
Su obra no es fotográfica. Se apoya en la fotografía para construir un andamiaje a través del cual emerge una voz que ya no le pertenece. Es un artista total, además de fotógrafo, capaz de esbozar dilemas robustos en papel de arroz; un soporte frágil en apariencia pero a través del cual se expande una fuerza que bebe en las concepciones tradicionales japonesas.
En las fotografías que siguen hemos tratado de respetar la oscuridad y la penumbra en que se exponen las obras, la intimidad del santuario como la quiere el artista.
NOTA: Pulse en cualquier punto de las fotografías para verlas a pantalla completa en una mesa de luz.
El artista. Luis González Palma.
Ciudad de Guatemala, 1957. Arquitectura en la Universidad de San Carlos. En 1987 participó en la creación de Imaginaria, una galería que acogió en La Antigua a las voces disidentes del arte de su país. A finales de los años noventa, formó parte del grupo fundador de Colloquia, una iniciativa destinada al debate, la promoción y la difusión del arte contemporáneo en Guatemala. Desde sus primeras exposiciones en Centroamérica, EEUU y Europa su obra ha sido fundamental para entender la fotografía latinoamericana, especialmente durante los años noventa, una década donde se cuestionan los límites de lo fotográfico y adquieren especial relevancia las gramáticas mestizas, más atendidas hasta entonces por las artes plásticas.
Alejandro Castellote. Comisario.
Entrada
Nada más comenzar el recorrido se percibe en la exposición un tono carente de frescura, denso y abigarrado, en el que quedamos a merced de la voluntad del artista. Desde dentro de las fotografías asaltan al espectador los ojos profundos y negros que D.H. Lawrence vio en el nativo americano, ojos parcialmente dueños de su mirada. Y unos hilos rojos, del color de la sangre, presentes en toda la muestra.
Anamorfosis
El efecto de la anamorfosis es lo primero que asalta al paseante en la penumbra. Consiste en la deformación de una imagen mediante un procedimiento óptico. Para verla de forma natural se precisa observarla desde una perspectiva adecuada que elimina la deformación. Se utilizaba en arte, especialmente en el barroco, como efecto de perspectiva. Las caras deformadas, en la muestra, compuestas sobre papel de arroz se ven en sus formas naturales reflejadas en un cilindro: solo deformando y recomponiendo nuestra mirada estereotipada podemos apreciar la realidad tal cual es. Pero también subyace la idea en esta pequeña instalación de que para llegar a apreciar al americano como a un igual, hubimos de deformar su realidad y acomodarla a la nuestra para así reconocerlo, a costa de trastocar su identidad. Esta idea queda mucho más explicitada en el siguiente bloque de imágenes.
Europa, el barroco y el papel de arroz
La vitrinas de cristal que alojan los papeles de arroz se encuentran en el centro del espacio expositivo. En un soporte tan liviano y tan frágil, Luis González Palma reproduce fotografías de americanos a merced de las costumbres europeas llegadas a su continente. Los marcos barrocos bordeando sus fotografías, o los cuellos de lechuguilla fuera de contexto que los aprisionan, apenas dejan resquicio para que escapen de forma callada sus miradas. La realización es suave y delicada, los tonos de color acordes con el resto de las obras, y la ausencia de textos deja libre al espectador para interpretar o recibir las sensaciones que la contemplación de la obra le produce. Para nosotros son unas piezas delicadas con un fondo historicista, sin apoyo alguno de la palabra.
El silencio como la voz de los muertos
Este bloque de obras constituye el grueso conceptual de la muestra. Son fotografías reproducidas en bastidores bajo láminas de pan de oro a las que se han aplicado resinas y betún, produciendo una densidad melosa y alucinógena. Una de las fotografías mezcla diferentes sustratos de tiempo en un mismo espacio físico, una cama partida por una pared tal vez construida con posterioridad. El reflejo de las luces de la sala que se observa sobre nuestra fotografía resulta irrelevante, pues se incrusta como un plano temporal más en la obra, el presente. En otra fotografía, a una charca en la que aparece una mesa sin comensales la cubre un cielo onírico realizado con finísimas láminas de oro. Ofrecemos un detalle de la misma donde puede observarse la riqueza de los materiales, y los chispazos y surcos de rojo entre las láminas, una constante en todas las obras. El resto de las fotografías tienen algo de impúdico, parecen fotografías de cadáveres antiguos, vivos aún en sus vidas de muertos. Son figuras que no hacen nada, tan solo miran. Cuerpos desnudos con cuernas, alas, soles, amalgamas de personajes silenciosos que mezclan su naturaleza americana con imaginería religiosa europea, una constante en la obra de Luis González Palma. Lo común entre ambas imaginerías son las sombras. El brillo viejo del oro envuelve las figuras y los paisajes como un sudario. Estas obras envueltas en la penumbra producen una impresión sorda y rotunda. La densidad de las imágenes hacen de esta serie la de mayor impacto de la muestra.
Paños de pureza
El segundo centro de la obra lo constituyen, a nuestro juicio, los paños de pureza. Las fotografías a gran escala de estos paños repiten, de una manera sutil, los mismos motivos del artista a lo largo de su carrera expositiva. Son corpóreos, a la manera de Zurbarán. Cuando nos situamos frente a las fotografías de los paños creemos estar frente a unas obras cuyas claves por fin conocemos, pero Palma nos devuelve los paños huecos, que dibujan con detalle el cuerpo sustraído. De nuevo la simbología religiosa para ilustrar la ausencia, de nuevo esa presencia silenciosa que emana de sus obras. El brillo del oro entre las sombras. Los temas de Palma funcionan como fractales a lo largo de su carrera, a lo largo de la muestra y dentro de sus obras. Nótese, por ejemplo, cómo uno de los paños de pureza toma la forma de un crucificado.
Toneles cinematográficos
En cierto momento la vida de González Palma sufrió un cambio. Se casó y tuvo un hijo, y se fue a vivir a Córdoba, en Argentina. Mudó entonces su obra. A esta nueva época pertenecen estas fotografías impresas en superficies redondeadas, en las que abandona el oscurantismo y su componente más reivindicativo para centrarse en los aspectos formales de la fotografía. Podríamos decir que abordó problemas comunes. Tal vez por eso, esta etapa creativa de Palma sea la más cinematográfica. No hay elementos religiosos ni opresivos, ni grasas ni betún, y en la factura de su trabajo predomina la nitidez. A costa de su antigua rotundidad y densidad, Palma gana en paz y en precisión.
Los chispazos de la memoria
En una esquina de la sala, casi a oscuras, se exhibe una serie de fotografías retroiluminadas dispuestas en bastidores verticales, formando un círculo que rodea al espectador. En ellas se muestran de nuevo sus antiguas obsesiones, los símbolos religiosos, la violencia, las pistolas, los rostros silenciosos. La cruz y la pistola. Icono es la cruz pero icono es también el revólver o la bala. El helicóptero se eleva, pero escapa lentamente, aleteando el primitivismo de sus aspas, cazado por las espinas de la belleza, como la rosa. Los mismos temas de siempre, recurrentes, a los que no parece poder escapar el artista.
Rostros volátiles
En algún lugar de la sala al visitante le sorprende el movimiento de unos rostros envueltos en sombras e impresos en papel de arroz. Como se ve en la fotografía, alzan el vuelo al paso del espectador. Frágiles y poco matéricos, multiplican las miradas fotografiadas por González Palma antes de desaparecer en un soplo.
Acrílicos
Cercano el final de la muestra, el autor se va liberando de sus temas. Los rostros que siguen mirando ya no dominan la escena, los acompañan acrílicos y motivos geométricos, ángulos, líneas y puntas agregadas a las fotografías, cristales y superficies que multiplican los planos.
A nuestro juicio, esta aproximación expresiva de Palma necesita todavía de una mayor elaboración, carece de la rotundidad o solidez de las obras de sus etapas anteriores. Su expresión es más abstracta, y sus composiciones, casi escultóricas, no parecen haber resuelto satisfactoriamente el hecho de no controlar el fondo.
Nuestra visita. La exposición.
Esta es una exposición sobre la belleza, los ancestros y el silencio. El componente visual son los rostros, el oro y las sombras. De camino, el autor nos habla de la imposición europea de iconos culturales y religiosos sobre la realidad americana, del cambio de identidad y de la pérdida de la memoria. La manera en que las obras huyen de la luz sugiere, y no es que hayamos estado allí, el Hades, el reino de las sombras donde pululan las miradas y los personajes de Palma, por eso pasear por la muestra es acceder al santuario personal del artista, a sus obsesiones y a sus repeticiones. La iluminación cae delicada sobre las obras, y como se ve en las fotografías el tono general es ambiguo y quejumbroso. Abandona uno la muestra con la sensación de haber asistido a un lamento alargado y hondo, como el de las grandes ballenas. Un acierto completo, rotundo, una muestra de absoluta belleza en el centro de Madrid.