El espejo de Rembrandt

Retratos y autorretratos

A las dos de la mañana de un día cualquiera de mil seiscientos sesenta, sus pinceladas deslizándose por el lienzo no serían sino susurros brotando en medio de la noche, como emergían sus figuras desde dentro de la oscuridad de sus cuadros. A la mañana siguiente los alguaciles del juzgado le embargarían los muebles pero a esa hora, en su estudio, el viejo Rembrandt, sin más testigo que su figura en el espejo sosteniendo la vela, escrutaría en las bolsas de sus ojos y en su nariz bulbosa la esencia de lo humano. Representándose a sí mismo, ya no pintaba mas que para la historia. Esos cuadros que entonces terminaba y que constituyen su obra tardía, la más rotunda e inexplicable, se exponen hasta el 17 de Mayo en el Rijksmuseum de Amsterdam. A un tiro de piedra de aquí.

Tan asociado tenemos el nombre de Rembrandt con el genio que a menudo pasamos por su obra como por el suelo, dándola por segura, y es posible que muchos de los aficionados que lean este artículo no sean capaces de señalar una sola. Hace pocos años se cumplieron cuatrocientos de su nacimiento y las exposiciones y trabajos sobre el pintor se sucedieron en todo el mundo.

Al poco, volvimos a guardar a Rembrandt en su caja. Aprovechando la exposición en el Rijksmuseum hemos querido abrir la caja de nuevo. Sin vocabulario técnico ni aproximaciones teóricas nos acercamos a la maestría incomprensible de sus últimos años. Una invitación a tomar el té con el Rembrandt arruinado a través de algunos de sus retratos.

Vida de Rembrandt

Heindrickje Stofeels (1654)

Heindrickje Stofeels (1654). Amante de Rembrandt tras morir su mujer.

Rembrandt Harmenszoon van Rijn nació en Leiden el 15 de julio de 1606.
Su padre era molinero, que entonces era un negocio lucrativo, por lo que pudo asistir a la Escuela Latina y matricularse en la Universidad de Leiden. En 1621 abandonó los estudios universitarios e inició su aprendizaje artístico en su ciudad natal con un oscuro pintor, en cuyo taller estuvo tres años. Entre 1624 y 1625 continuó su aprendizaje en Amsterdam, esta vez en el taller de un pintor de mayor relieve, Pieter Lastman, donde tomó la influencia de Caravaggio. En 1625 volvió a Leiden, donde abrió taller con Jan Lievens, a quien había conocido en el estudio de Lastman.
En 1628 su fama es ya considerable y tiene varios discípulos a su cargo. Al morir su padre en 1630, Rembrandt abandona Leiden y se instala en Amsterdam, asociándose con un marchante de obras de arte, Hendrick van Uylemburgh, quien le proporciona interesantes encargos, sobre todo retratos, en los que el pintor pone toda su atención, captando el alma del retratado y los preciosistas detalles de los vestidos, aumentando así su fama y su fortuna. En 1632 realiza una de sus obras más impresionantes, “La lección de anatomía del doctor Tulp”, que tuvo enorme éxito. Tenía veinticinco años.
Su situación económica era próspera y lo sería aun más al contraer matrimonio en 1634 con Saskia van Uylemburgh, sobrina de su socio y poseedora de una gran fortuna. Comenzó entonces una vida disipada gastando dinero con facilidad. Se encontraba en la cima de su vida como hombre y como artista. Saskia se convertiría en su mayor baluarte y en la protagonista de múltiples obras como el “Autorretrato con Saskia” o “Saskia con sombrero”. La década de 1630 sería de notable éxito para el pintor, produciendo excelentes paisajes y magníficos autorretratos.

Pero la vida, como el agua, se cuela por las rendijas de cualquier estructura por afianzada que esté. En 1642 su mujer Saskia muere algunos meses después de dar a luz su único hijo, Titus. A partir de ese momento, la ordenada y exitosa vida de Rembrandt sufre duros embates, llegando a la quiebra total en 1656.
Todo comenzó al enamorarse de su criada, Heindrickje Stofeels, con quien no se casó para no perder la herencia de su mujer muerta. Geertje Dircks, la niñera de su hijo, a quien en algún momento Rembrandt parece que le propuso matrimonio, le puso un pleito por su vida en concubinato con la sirvienta, muchacha ruda que se convertiría en el sustento de sus años finales y en modelo de múltiples obras, como “Hendrickje en el lecho”. Incapaz de gobernar su vida, la ruina y el dolor le acompañarán hasta la muerte.

Incomprensiblemente -y aquí comienza el pasmo con Rembrandt-, al final de su vida, consumido por el tiempo y el rechazo de la sociedad en la que vivía, su arte avanza de manera extraordinaria. Abandona la exuberancia barroca y enriquece sus obras con un colorido vibrante y un enorme interés por el detalle. En todas ellas encontramos esa manera áspera que caracteriza sus últimas décadas, en la que la pincelada larga, llena de pasta, será la principal protagonista, sin menospreciar el papel de la luz dorada, con la que consigue crear efectos atmosféricos de calidad insuperable. Fallece en Amsterdam el 4 de octubre de 1669 a la edad de 63 años. Fue, es, uno de los más innovadores y excepcionales artistas de todos los tiempos.

Saskia (1634)

Días de gloria. Saskia, su mujer (1634).

La obra de Rembrandt

Vieja rezando (1629)

Vieja rezando (1629). Retrato de juventud.

Su obra es inseparable de su vida.
Pintó a su hijo, a su mujer, a su amante, a su madre, a sus amigos. En sus cuadros mostró su vida. Se pintó a sí mismo desde la juventud a la tumba. Conocemos más a Rembrandt por su obra que por sus datos biográficos, un caso único en la historia de la pintura. Hizo todo lo que se puede hacer en pintura. Pintó, dibujó, hizo grabados. Realizó aportaciones en todas las técnicas. Como Velázquez, era capaz de pintar el aire dotándolo de una maravillosa luz dorada. Su destreza en el claroscuro y en el empaste de la pintura sobre el lienzo todavía no se ha igualado.

FRANCISCO DE GOYA: Rembrandt, Velázquez y la naturaleza son mis únicos maestros.

Los motivos de sus obras eran radicalmente distintos a los de los otros pintores de su época. Pintó paisajes, retratos, composiciones de numerosos personajes, pero su talento inconmensurable brillaba cuando retrataba la naturaleza humana. Dotó a sus personajes de una humanidad nunca igualada. La libertad de los motivos de sus obras proviene de que sus mecenas eran clientes privados y no la Iglesia. Pudo así captar escenas de la vida cotidiana que son obras maestras de la observación psicológica.
Por encima de todo, fue un pintor que dejó marcada su herencia a grandes artistas venideros, como Goya y Delacroix, y fue denominado por los expertos como el mejor grabador de todos los tiempos, una faceta que el artista cultivó de forma imbricada a su pintura. Hacia el final de su vida, su técnica, de manera asombrosa, crecía y crecía. Sus trazos eran seguros, largos, y la maestría en sus formas resultaba insuperable.

Algunos retratos.

Los realizados antes de las décadas 50 y 60 son preciosistas a la manera barroca y le reportaron a Rembrandt suculentos dividendos. Los pertenecientes a las décadas mencionadas son más toscos y expresivos, de gran profundidad psicológica.

¿Por qué fue Rembrandt un genio?

Jeremías de Decker (1666)

Jeremías de Decker (1666). Maestría con el claroscuro. El personaje emerge de las profundidades del cuadro.

Rembrandt aportó técnicas novedosas en todo lo que hizo: pinturas históricas, paisajes, retratos, desnudos, autorretratos, dibujos, grabados. Desde el mismo momento en que comenzó a pintar, las técnicas pictóricas dieron un salto hacia delante. Influyó a todos los pintores de su época y a los que habrían de venir. Ya en el siglo XVIII, Goya lo consideraba, junto con Velázquez y la naturaleza, su único maestro. Y en pleno siglo XIX, Delacroix lo proclamó como el mayor genio de la pintura y demostró que la influencia de Rembrandt continuaría creciendo en el futuro, y así ha sido. Su más grande aportación fue dotar al arte de humanidad. Sin Rembrandt nos conoceríamos peor. La modernidad de su vida y obra entrelazadas es lo que fascina del genio holandés.
Se pintó a sí mismo un centenar de veces, y en ninguno de sus autorretratos sucumbió a la vanidad propia del hombre. Especialmente en sus últimos autorretratos, cuando era ya un hombre fracasado y arruinado, se dibujó con todos sus defectos, su nariz bulbosa, su cabello enmarañado, su cuello que se hundía en un abismo de penuria. Hundía la espátula y los dedos en el lienzo, sin una vacilación en el trazo. La superficie de sus últimos cuadros es tan asombrosamente expresiva que todavía hoy nos impresiona. Retrataba al mendigo que veía. Su visión de sí mismo era la del héroe moderno del siglo XX tantas veces retratado en el cine, en la novela negra, en la poesía: un fracasado. Hizo con la pintura lo que torpemente intentamos hoy día en los formatos televisivos: mostrar la realidad de la naturaleza humana y sus miserias. La honestidad y humanidad de su pintura, su búsqueda de la luz interior en cada personaje retratado es asombrosa. Lo que atrapaba con sus largos trazos en la tela es el alma humana. Fue clásico, barroco. Fue el primer impresionista, el primer romántico y el primer héroe moderno. Su obra es una fuente inagotable de emoción y sus grabados, únicos en el mundo, un corazón palpitante. Su influencia seguirá creciendo porque la materia de la que estaban tejidos sus sueños es el hombre.

Retrato de Jan Six

Jan Sic (1656)

Jan Six (1656). Extraordinario retrato con todas las características de las últimas obras de Rembrandt.

Observa este retrato.
Fue pintado por Rembrandt en 1656, trece años antes de morir viejo y arruinado. Pertenece al único que todavía le profesaba respeto y le encargaba algún trabajo: Jan Six. Aún se encuentra colgado en la casa de sus descendientes. De tarde en tarde lo ceden para alguna exposición en alguno de los mejores museos del mundo. Es una obra de arte admirable, ilustrativa del salto hacia delante que Rembrandt dio a la pintura en su vejez. Observa la capa roja. Aparte de la explosión del rojo, mira las paletadas gruesas de pintura, la seguridad de los trazos horizontales mezclados de rojo y amarillo. A sus coetáneos le parecieron inacabados y muestras de dejadez, pero son trazos maestros, rotundos, carentes de duda. Observa la mano que sostiene el guante, los trazos que definen los dedos. Pocos trazos, anchos, largos, seguros. Mira los botones. Varios de ellos han sido acabados por el dedo de Rembrandt, hundido en la pintura fresca, por lo que ya hay textura sobre el lienzo, no es liso. Observa el rostro de Jan Six, iluminado por el blanco del cuello, el resto de su figura emergiendo de las sombras. Va a salir del cuadro y marcharse a su casa. Observa la figura compuesta y el porte magnánimo, seguro y educado. No es una representación dulce ni hagiográfica, por más que Rembrandt necesitara su dinero para comer. Es veraz e indudablemente el hombre Jan Six, al que nunca conocimos. Está captada la unicidad de su carga genética, el único individuo que existió o existirá llamado Jan Six, representado en espíritu y carne en este extraordinario retrato.

Autorretratos

Autorretrato (1660)

Autorretrato (1660). La honestidad de Rembrandt retratándose como al mendigo que veía.

EL ESPEJO DE REMBRANDT

De nuevo el único caso conocido en la historia de la pintura. Rembrandt se pintó a sí mismo durante toda su vida. Existen más de ochenta autorretratos. Los más sorprendentes son los que pintó en su vejez. Dueño de una mirada profunda e implacable, se representó como se veía, con sus defectos del cuerpo y del alma, con su nariz arrugada o con su mirada cansada y segura. Su porte campechano, común, en absoluto noble o elegante, lo trasladó a sus autorretratos. Los detalles de su rostro, cambiante en el transcurso del tiempo, son admirables, las pinceladas que definen las bolsas de sus ojos, su nariz, su mirada llevamos siglos admirándolas.
¿Qué veía Rembrandt en su espejo? ¿Cómo pudo penetrar en sí mismo y ofrecerse tan desnudo? ¿Cuántas horas pasó frente a sí girándose, buscando la luz, acercándose y alejándose, estudiando sus arrugas, su propia mirada a la vez que hacía avanzar el arte de la pintura?

Antes que conservar en un salón un autorretrato de Rembrandt, quienes vivimos en La Torre preferiríamos mirarnos cada en día en su espejo. Buscaríamos en él el rastro de esa mirada que fue capaz de descubrir la fuerza o tensión que mantiene nuestros átomos unidos y que nos hace ser como somos, con nuestros defectos y desnudos.
Rembrandt tuvo que vender su casa, su estudio y sus enseres, pero continuó pintando autorretratos, de manera que hubo de conservar su espejo.
¿Dónde se guarda hoy el espejo de Rembrandt?

Autorretratos.

16 muestras.

Eduardo Fdez-Martos Machado
Director
donmiguel@latorredemontaigne.com
Eduardo Fdez-Martos Machado

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