En los últimos años la ciencia, y en particular la Biología Celular, han experimentado un gran avance. Nuestro organismo se encuentra constituido por miles de millones de células perfectamente coordinadas para el desarrollo de nuestra vida. Por tanto, resulta obvio el interés de los científicos en conocer hasta el último detalle este microscópico engranaje viviente.
Uno de los avances más espectaculares ha sido comprobar cómo estas células, unidades estructurales y funcionales de los seres vivos, están programadas para suicidarse, es decir, para desaparecer cuando se producen determinadas situaciones. A esto lo científicos lo denominan Muerte Celular Programada o Apoptosis. Créanme, en esta diminuta célula, de dimensiones similares a la milésima parte de un milímetro, tienen cabida cientos de acontecimientos destinados a la autodestrucción.
Pero, ¿es esto compatible con la vida? La respuesta es sí, más diría yo, es imprescindible para la vida. Por estos descubrimientos, Sydney Brenner, John Sulston y Robert Horvitz recibieron el Nobel en Fisiología y Medicina, gracias a sus trabajos sobre el mecanismo por el cual ciertas células deciden morir de una manera organizada, para que el organismo pueda vivir.
La muerte celular programada, o apoptosis, es un proceso natural de la vida. Si no existiera, nosotros no llegaríamos a ser lo que somos. En efecto, los seres vivos sólo llegan a su estado adulto porque eliminan de modo selectivo cierto número de sus células necesarias para que se culmine de forma exitosa la etapa de formación del embrión. Por ejemplo, si la división celular (fenómeno por el cual se produce el crecimiento del individuo) ocurriera en ausencia de apoptosis o muerte celular programada, una persona podría llegar a tener un intestino de 16 kilómetros de largo (naturalmente, un acontecimiento inviable para el organismo).
En la célula que va a morir de esta forma se activa un conjunto de genes que codifican proteínas esenciales para la apoptosis, es la maquinaria de la muerte, a modo de ejército perfectamente estructurado y organizado para la autodestrucción. La célula ya no decide quedarse quieta o crecer, sino que elige desaparecer, programar su propia autodestrucción controlada en beneficio del individuo. Es como si uno tuviera que demoler un edificio. Una posibilidad es dinamitarlo (muerte celular por necrosis, no programada), lo cual podría acarrear importantes daños a nuestros vecinos. Otra es desarmarlo de manera ordenada (muerte celular programada). Entonces entran al edificio varios operarios que primero sacan el cielorraso, luego los cables y las cañerías y, por último, tiran abajo la estructura de hormigón, sin consecuencias alguna para nuestros vecinos.
La apoptosis se produce naturalmente todo el tiempo, las células mueren para que el organismo viva. Pero puede transformarse en un problema cuando, por causa de una alteración o mutación, alguno de los intermediarios encargados de controlar este proceso deja de hacerlo del modo apropiado. Es en ese momento cuando aparece la enfermedad, ya que al interrumpirse el proceso de muerte, deja de estar controlado el crecimiento celular. De este modo, se favorece la formación del tumor.
También puede suceder que la célula reciba la señal equivocada de que «hay que demoler el edificio». En consecuencia, el tejido muere. Esto se produce en enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer. De hecho, se han hallado gran número de células que mueren por apoptosis en biopsias de pacientes con esta enfermedad. Por ello, los investigadores confían en que el uso de fármacos que frenen la muerte celular programada abrirá nuevos campos terapéuticos en este tipo de enfermedades. Del mismo modo, la inducción de apoptosis podría ser una estrategia para luchar contra los tumores.
David Martín Oliva
Doctor en Biología
e-mail: dmoliva@ugr.es
APOPTOSIS CELULAR
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